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Sin mando | 200 capítulos de «Siete vidas»

13 mar 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

POR MUY atontada que me haya dejado la gripe no aviar que se ha merendado mi voz, mis energías y todas las reservas de Aspirina Complex de la colorida y colorista zona de Chueca, el domingo por la noche no necesité ni de una sola colleja de la entrañablemente cascarrabias Sole, Amparo Baró para los no tan fans, para mantenerme con la mirada fija en la pequeña pantalla. Siete vidas no sólo no ha agotado ninguna hora de ingenioso ronroneo e irónicas zarpas a lo largo de las temporadas que ha sido dueña y señora del prime time, sino que encima se ha permitido el lujo de hacer historia en la compleja a la par que simplona parrilla de las cadenas generalistas: un capítulo de ficción en directo, el doscientos, con una factura impecable de realización y sonido y una recua de personajes con frase de esas que no permiten descansar la mandíbula ni preguntarse por el mando. Y es que, a diferencia de los personajes de otras series como Aída o los Hombres de Paco, concebidos para escarnio y desternille del espectador que ansía ver una vida más tediosa que la suya, los de Siete Vidas no son sino entrañables colegas con los que echarse unas risas aunque sea en horas de lágrimas. Ahora bien, sin ánimo de menospreciar el trabajo del guionista, muchos en la noche del domingo suspiramos con el rumor de la misma cantilena, esa de cualquier tiempo pasado fue mejor. Y es que, aunque el trío de Gonzalo, Sole y Diana sea un trío de ases, volver a ver a Javier Cámara o a Paz Vega es como servir jamón de bellota por tu cumpleaños sabiendo que el resto de los días tendrás que conformarte con el serrano, que, saciar, sacia el hambre, pero da una sed¿