La bacía con complejo de yelmo

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Capítulo/Semana XLV En que se discute sobre la personalidad de una palangana con gran derroche de gritos y puñetazos, y el caballero pone los puntos sobre las íes

06 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

Esta mañana, amable lector, tenemos un dilema un tanto pintoresco. Se trata de decidir si lo que reclama el viajero asaltado por don Quijote y Sancho algunas semanas atrás es bacía de barbero o yelmo de Mambrino. Parece ser que la bacía es esa palangana donde antes se hacía la espuma de afeitar para la barba y hoy se lava la cabeza de los caballeros que se cortan el pelo a navaja y gustan de que se lo laven primero, costumbre que líbreme Dios de criticar, pero líbreme más aún de practicar, que uno es hombre de corte a tijera y ya fuera cliente infantil de la peluquería Lopemán, calle Marcial del Adalid arriba. Pues bien, como los huéspedes de la venta son unos coñones, que no parecen sino integrantes de la tuna de veteranos, deciden montar el paripé, y así vemos a don Fernando y a Cardenio (¡hay Cardenio, quién te ha visto y quién te ve!) declarando a viva voz que es yelmo aquella palangana, para estupor del barbero demandante, que lo único que quiere es recuperar su bacía (la cual, por cierto, a estas alturas debe de estar más abollada que un Chevrolet de la Habana). El caso es que el hombre se desespera, y los testigos, que no están en el ajo, se dejan llevar por la vehemencia ante una declaración tan absurda, y unas cosas por otras, acaban todos a mamporros, que por una vez y sin que sirva de precedente don Quijote se ve obligado a intervenir para apaciguar los ánimos de la concurrencia. Sin embargo, uno de los recién llegados a la venta, que es cuadrillero de la Santa Hermandad, identifica al caballero como el salteador de caminos que dio libertad a los galeotes, contra el que porta una orden de busca y captura, y lo intenta prender. Don Quijote, por supuesto, se revuelve indignado, no tanto por la cuestión personal sino porque semejante villano malandrín ignore cuanto atañe a la orden de caballería. Porque, vamos a ver, ¿qué caballero andante pagó alguna vez algún impuesto?, ¿quién, la factura del sastre?, ¿cuál, los gastos del alojamiento en algún castillo?, ¿qué caballero no fue invitado a la mesa del rey?, ¿cuál no tuvo a toda doncella rendida y entregada? Y, finalmente, ¿qué caballero andante ha habido, hay ni habrá en el mundo, que no tenga bríos para dar él solo cuatrocientos palos a cuatrocientos cuadrilleros que se le pongan por delante? Ese es el don Quijote que me gusta. El fanfarrón. Por fin, de nuevo, aparece la chulería. Ese sí que es mi ídolo. eduardo.riestra@lavoz.es