NI TORO NI SALVAJE

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EDUARDO GALÁN LA RUTA DE LAS ESTRELLAS

13 sep 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

Robert De Niro es, con sus cincuenta y cinco películas y cincuenta y ocho años, uno de los grandes actores vivos. Tiene dos oscars, el de mejor secundario por El Padrino 2 y el de mejor protagonista por Toro salvaje. Además lo han nominado una media docena de veces. Pero hablar de premios tratándose de él es, como mínimo, una grosería. Sus personajes dan cuenta por sí solos de su genio. Son tipos poco recomendables para el espejo de la sociedad americana, con perfiles difíciles de olvidar. De Niro es esa clase de actor que necesita mutarse, deformarse. Es de la raza del Lon Chaney de El fantasma de la ópera, o del Marlon Brando de El padrino. Hablamos de un juego a lo Ricardo III, de una degradación física que afecta al espíritu, o más bien al revés. Esto ha dado lugar a una galería de monstruos realmente atractivos: el mal es mucho más cinematográfico que el bien. Tenemos místicos sadomasoquistas como el Taxi Driver o el boxeador de Toro salvaje; celosos compulsivos (New York, New York); sicópatas combativos y tenaces (El cabo del miedo); padrastros retorcidos (Vida de este chico), edipos enfermizos y dependientes como el hijo de Ma Baker en Mamá sangrienta; el Capone cruel y operístico de Los intocables y, «last but not least» , el diablo pelando almas como huevos cocidos en El corazón del ángel. Ya lo decía su personaje en El cabo del miedo: Soy el lobo feroz. Parece que, en los últimos años, De Niro no desea ser ni toro ni salvaje. Quiere cambiar de registro, virar hacia la comedia. Pero es un humor algo violento que se le pega como una sombra y que ha estado presente en todas sus encarnaciones, incluso las más negras. Huida a medianoche, Una terapia peligrosa o Los padres de ella son algunos ejemplos. De Niro ha declarado que su estilo es una mezcla de anarquía y disciplina. En realidad es la conjunción de talento y mucho trabajo. De Niro es un Frankenstein del Actor''s Studio, nacido del laboratorio de los doctores Lee Strasberg y Stella Adler, que le remacharon costurones y tuercas. Si tenía que interpretar a un prisionero del vietcong en El cazador se perdía dos semanas en un pantano de Florida. Si necesitaba sentir el autodesprecio de un boxeador caído, engordaba veinte quilos en unos meses, tras machacarse en un gimnasio. Durante el rodaje de Era una vez en América, Sergio Leone se asombró de su capacidad de concentración. Probablemente estaría viajando a su infancia en Tribeca-el Bronx. Cuentan que en sus comienzos ensayó sin desmayo con las paredes de los teatros del off-Broadway. En Hola, mamá, una de sus primeras películas, en los 70, lo vemos declamándole a la nada el célebre «¿Estás hablando conmigo?» de Taxi Driver. Scorsese, amigo y alter ego, con el que ha trabajado ocho veces, dice que desde Marlon Brando no ha habido nadie como De Niro. Que levante una mano el que lo dude, le enviaremos a Joe Pesci de visita.