Con el centro y el balón en la memoria

Doktor Pseudonimus EL ZAGUÁN DEL SÁBADO

SOCIEDAD

14 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo leo en Antonio Lucas: «En la política española el centro no existe. Es algo así como un veraneo ideológico. Ponerle una vela a Adolfo Suárez y otra a D. Manuel Azaña. Y una política social que consiste en cambiar a los pobres de esquina». El párrafo es tan ingenioso como políticamente injusto. En política, el centro es el lugar natural para la gente sensata, culta y con sentido común, pero no es un lugar tan tranquilo como pudiera parecer. Ya nos lo dijo Margaret Thatcher: «Estar en medio de la carretera es muy peligroso: te atropella el tráfico de ambos sentidos». Es cierto que ante problemas acuciantes la posición centrista puede resultar elitista y poco comprometida. Ahí les va un párrafo de Eugenio Trías. «Ese centro debe recuperar sentido, pulso y auctoritas. En él se halla lo mejor en ética, en política y en economía. Si Aristóteles resucitase se haría cruces de lo escasamente que se le entiende en ética y en política su idea genial del justo medio». Centro y centrar son ahora términos propios de la política. Pero en mi infancia lo eran del fútbol. Lo que se centraba era un balón. Y, en ese arte, el Deportivo tuvo un intérprete genial. En 1940 yo tenía diez años, pero era socio del Dépor. El Estadio aún no existía y se jugaba en el viejo Riazor. Algún despeje de Pedrito enviaba el balón al mar. El maestro en el arte de parar y centrar el balón se llamaba Eduardo González Valiño. Pero era conocido como Chacho. Jugaba de interior izquierdo y el extremo que recibía sus centros era Chao. Chacho. Chao era el ala izquierda de la delantera del Dépor el día que el equipo subió por primera vez a la Primera División. Y José Luis Bugallal, académico y cronista deportivo, se inventó una eufónica delantera de gallegos. Chicha, Machicha, Chas, Chacho y Chao. Chacho era un artista, pero también un indolente caprichoso. Y cada vez que el Deportivo perdía un partido, el cronista Bugallal terminaba su crónica con el mismo lamento: Ay, Chachiño si tú quisieras…

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