Móvil en el cinto, mascarilla en la oreja

SOCIEDAD

MARTINA MISER

Pasaron muchos años, pero aquel gesto de desenfundar el móvil desde la cartuchera del cinturón, que luego se extendería, me parece tan tierno como colgar ahora la mascarilla de la oreja

16 jun 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La escena tuvo lugar en el pub Punto, que era uno de los muchos locales de copas que sirvieron de refugio a hordas de vilagarcianos durante los felices noventa en las Galerías Gallego. En las del río de O Con, para entendernos. Era un viernes, probablemente, y seguramente sonaría en ese momento alguna de las canciones del CD doble del Xabarín Club, que es una de las joyas que allí quedaron. Tras la barra, Alberto; al otro lado, algunos golfos matando el tiempo entre tragos, ya con la noche exprimida y sin mucho más horizonte de futuro que apurar la arrancadeira y pensar qué hacer en un mañana que ya era hoy. Y, de súbito, se oyó un CloC. Así, con la ce mayúscula para empezar y acabar. Una C de cráneo reventado. No un clo de esos de galiña choca. Fue un CloC con todas sus letras. Un golpe seco en tres actos: sobresalto, risas y miedo. Por ese orden. Un tipo enorme, un bigardo, había caído redondo desde un taburete al suelo. El último chupito de whisky le había vencido por K.O. Aquello rememoró la frase de Mike Tyson: «Todo el mundo tiene un plan contra mí hasta que le llega la primera hostia». Y esa había sido de órdago. El tipo cayó desplomado. Primero aparecieron las risas, y luego saltaron las alarmas.

¿Qué hacemos? No había muchas soluciones. Hasta que se oyó: «Tranquilos, tengo un móvil». Esta frase, a mediados de los noventa, era tan sorprendente como si hubiera llegado el propio Tyson a aplicar el boca a boca al herido bigardo. Allí desenfundó un inesperado héroe, que había pasado inadvertido hasta entonces, el teléfono desde la cartuchera que llevaba en el cinturón. Llamó, pero no le respondió nadie. Para cuando consiguió conectar, porque lo de la cobertura entonces era otra aventura, el mazacote del CloC ya se había recuperado más o menos y estaba dispuesto a continuar su aventura nocturna hasta el siguiente incidente. Pasaron muchos años, pero aquel gesto de desenfundar el móvil desde la cartuchera del cinturón, que luego se extendería, me parece tan tierno como colgar ahora la mascarilla de la oreja. Será la nueva normalidad.