Adiós a la teoría del martes

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CORONAVIRUS

SOCIEDAD

ANGEL MANSO

El confinamiento nos ha puesto la vida patas arriba, incluidos los ritmos que nos ayudaban a saber que esta era la hora del café, aquella la de levantarse de la silla y moverse un poco, esa la de la siesta, y la de más allá, la de la onza de chocolate de antes de dormir

15 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando tienes que saludar cada mañana a los oyentes con la fecha y el día de la semana, es imposible no saber en qué día vives. Pero más allá de esa referencia obligada, los lunes no se distinguen de los miércoles, y un sábado solo se diferencia de un jueves porque no suena el reloj. El del móvil, claro. El despertador natural que duerme dos puertas más allá sí que no distingue entre un domingo y un martes.

El confinamiento nos ha puesto la vida patas arriba, incluidos los ritmos que nos ayudaban a saber que esta era la hora del café, aquella la de levantarse de la silla y moverse un poco, esa la de la siesta, y la de más allá, la de la onza de chocolate de antes de dormir. En la universidad desarrollé una teoría que nadie ha entendido nunca, pero que se cumple de forma matemática, que determina que el día que va a definir toda la semana es el martes. Si el martes es un buen día, el fin de semana llegará pronto. Si el martes se cruza, la semana se hará eterna. Que sí, que es una hipótesis imposible de defender, pero yo lo hacía con uñas y dientes desde los 19 años. Se cumplía estudiando, en vacaciones, en mi primer trabajo y hasta en vacaciones. Pero el estado de alarma acaba de introducir tantas variables, que ya no hay quien defienda la teoría del martes. Ahora da igual. La semana se puede torcer el domingo, el jueves o el viernes. Y volver a levantarse un miércoles. En realidad, ¿alguien sabe ahora cuándo empieza la semana? Sospecho que solo los muy disciplinados tienen el calendario abierto por la página adecuada, y no suspendido en cualquier fecha.

Nuestra forma de percibir el paso del tiempo es caprichosa. Con ocho años, por ejemplo, el verano duraba una eternidad y parecía un suspiro al mismo tiempo. Con 40, nos hemos metido de lleno en el tópico aquel de que pasamos del turrón al bañador en dos patadas. Pero qué real va a ser el tópico este año: con un poco de suerte, vamos a pasar la resaca de los carnavales en el Orzán. Nos habremos saltado la Semana Santa como si nada, y probablemente el San Juan, y llegaremos a la playa más pálidos que nunca, ávidos de vitamina D, calor, y agua fría, en un cóctel que debería llevarse por delante toda la oscuridad de estas semanas desordenadas, que lo mismo empiezan un miércoles que terminan un lunes.

En el fondo, los niños lo entienden mejor: el mío, que lleva más de un mes sin ver a nadie más que a sus sufridos padres, dice que vio al abuelo Pedro el martes. Y es un consuelo. Cuando todo esto pase, cuando por fin pisemos la playa, le parecerá que este encierro ha durado una semana. De las que empiezan un lunes apagando el despertador sin ganas y terminan con una de esas tardes de domingo cargadas de melancolía. De las de antes.