Esa era la intención de Weinstein cuando en octubre de 2016 contrató a la empresa Black Cube, con sedes en Madrid, Tel Aviv y Londres, e integrada en su mayor parte por exagentes del Mosad israelí para seguir a una lista de 30 personas entre las que había ejecutivos de Hollywood, rivales directos, políticos y periodistas. La excusa inicial de productor era combatir una supuesta campaña de difamación contra él. Un trabajo considerado legal por la empresa de espionaje.
A cambio de un millón de dólares, los espías se pusieron manos a la obra. Penn simuló varias identidades para contactar con Benjamin Wallace, periodista de New York Magazine que investigaba las acusaciones, y con la actriz Rose McGowan, víctima y principal enemiga pública de Weinstein. Su objetivo era sacar toda la información posible sobre sus intenciones. Por otro lado, un emigrante ruso de nombre Roman Khaykin, residente en Nueva York, contrató al ucraniano Igor Ostrovsky para trabajar para un misterioso cliente que en realidad era Black Cube. Farrow era su objetivo.