Cuando los «restaurantes automáticos» eran lo más

SOCIEDAD

17 sep 2019 . Actualizado a las 16:09 h.

Ahora que lo que se impone, lo que es tendencia, es la #realfood, la #heathyfood y el absoluto rechazo y condena a todo lo que suene a (ultra)procesado, es posible que a más de un influenzer y a más de un influenciable le sorprenda descubrir que a caballo entre los s. XIX y XX, allá por la década de los 1890´s, lo que triunfaba, lo que lo petaba, lo más «in» entre las élites y los miembros de la alta sociedad europea eran justamente los «restaurantes automáticos», que en esos años proliferaron en la práctica totalidad de capitales y ciudades importantes del continente, desde Berlín, donde apareció el primer establecimiento de este tipo, a París.

Restaurantes automáticos que en realidad eran locales de máquina expendedoras, esto es, establecimientos híbridos entre restaurante cool, bufé, autoservicio y sala de recreativos, a los que la gente bien acudía con una buena previsión de cash que se fundían en máquinas vending que ofertaban todo tipo de chucherías, snacks y comidas preparadas, con los que darse un festín.

 Para entender el éxito y apogeo de estas «modernas cafeterías automáticas», tal cual eran publicitadas, conviene ponerse en situación, ganar en perspectiva: apenas unos años antes, en 1888, habían aparecido las primeras maquinas expendedoras de productos alimenticios “modernas” que alcanzaron relevancia y se popularizaron, las máquinas expendedoras de chicles de la Thomas Adams Gum Company -modernas entre comillas porque eran máquinas automáticas, que funcionaban a base de sencillos mecanismos de palancas, ejes y engranajes, nada que ver con las actuales versiones electrónicas-. Una de las claves del éxito de estas máquinas es que la compañía, con muy buen tino, las instaló en todos los andenes y estaciones de metro de Nueva York, resultado un reclamo que se demostró irresistible para muchos de los usuarios del transporte público que aguardaban por la llegada del próximo convoy.  

Sea por lo que fuere, el resultado fue que se desató una fiebre por aquellas máquinas capaces de proporcionar casi cualquier producto, a cualquier hora, en casi cualquier lugar y solo con una moneda. Sirva como ejemplo que en el París de 1890, se instalaron máquinas expendedoras de botellas de agua hirviendo para que la gente que viajaba en carruaje pudiese calentarse los pies en el trayecto. Así pues, y casi de la noche a la mañana, aparecieron modelos capaces de ofertar todo tipo de alimentos preparados y procesados, Y también, y como ya se ha mencionado, hasta restaurantes que en realidad eran salas de máquinas expendedoras. 

Aunque estos establecimientos surgieron en primer lugar en Europa, donde alcanzaron mayor éxito y calado fue en EE.UU., donde, conocidos popularmente como automats contribuyeron a convertir el país en el paraíso de los establecimientos de fast-food y autoservicios. Así, en 1902, la cadena Horn and Hardart Baking Company abría el primer establecimiento de esta índole en Philadelphia, que se mantendría abierto hasta 1962. Y en poco tiempo muchas otros locales abrirían sus puertas por todos los States, que eran frecuentados por cantantes, actores y demás celebrities del momento. 

Una historia que dispensa un par de interesantes moralejas. La primera, especialmente (im)pertinente para (mis) abuelas es que cualquier tiempo pasado no siempre, no en todo, y específicamente en el tema de la comida, fue mejor. Y la segunda que, por fortuna, no hay tendencia que cien años dure. Menos aún en nuestra sociedad actual en la que todo pasa -también de moda- a velocidad de vértigo.