Es de necios no protegerse frente a las enfermedades

Amós García Rojas

SOCIEDAD

01 abr 2018 . Actualizado a las 09:42 h.

El patrón epidemiológico de presentación de las enfermedades en los países desarrollados ha sufrido unos cambios espectaculares en los últimos tiempos. Así, si bien a principios del siglo XX la población enfermaba o moría sobre todo por problemas transmisibles, a comienzos del siglo XXI muere o enferma por problemas crónicos o degenerativos, básicamente derivados de los estilos de vida. Son varios los factores que han influido en dicho cambio, desde las mejoras en las condiciones higiénico-sanitarias en general o en la nutrición, los métodos de desinfección, desinsectación y desratización, la aparición de los antibióticos... Sin embargo, son las vacunas las que, junto al control higiénico sanitario del agua, han tenido un mayor protagonismo en ese proceso. Por eso, resulta asombroso que en pleno período de avance tecnológico, de cierta expansión del conocimiento, ciudadanos de diversos países dejen de vacunar a sus hijos y decidan retrotraerse a siglos pasados, desoyendo la evidencia científica y sintiéndose más cómodos arrullados por los susurros del esoterismo... y dos velas negras. Como resultado podemos destacar como logros evidentes el repunte de casos de enfermedades que estaban controladas y que, desgraciadamente, vuelven a tener cierto espacio, incluso en forma de brotes epidémicos.

Es evidente que dentro de las personas reticentes a la vacunación no hay homogeneidad. Tenemos sectores de población que, lamentablemente, se encuentran en situación de exclusión social, necesitados de políticas sociales adecuadas. Por otro, padres y madres que tienen dudas sobre las bondades de estos productos, y frente a los cuales debemos ejercer la pedagogía sanitaria, subrayando lo que significan las vacunas como herramientas clave en la mejora del nivel de salud de la ciudadanía. Y luego están los irreductibles, los que desde posturas supuestamente ideológicas rechazan de plano la vacunación. Normalmente, estos últimos suelen estar representados por personas de media o alta renta, que deciden no vacunar a sus hijos en un ejercicio de memez pseudomoderna y supuesta defensa de lo natural frente a lo químico. No entiendo qué ejercicio de reflexión intelectual puede llevar a alguien a considerar moderno que su hijo tenga un sarampión, enfermedad que debemos entender como seria, y que puede dar lugar a complicaciones severas. ¿Es moderno ver sufrir a tu hijo por no haberlo vacunado?, ¿es moderno pasar sin freno del siglo XXI al siglo IX? Para estos ciudadanos, lo moderno sería la magia, el esoterismo. Eso sería lo auténtico, lo alternativo. Y sin embargo, conviene recordar que lo que realmente posibilita cambiar las cosas es la aplicación del conocimiento, el rigor y las evidencias científicas. Es por lo que afirmamos con rotundidad que lo auténticamente progre es la ciencia. Por eso, cada vez que me preguntan cómo podríamos convencer a estos irreductibles que no quieren vacunar a sus hijos de que lo hagan, lo primero que se me ocurre decir es que la tierra es redonda y no plana. En fin, que convendría recordarles que los virus y bacterias no son el fruto de una disquisición a la luz de la luna, sino que existen, producen enfermedades, y es de necios no protegerse frente a ellos. Así que reforcemos la idea de que hablar de vacunas es hablar de ciencia. Se trata de eso, de ciencia; la fuerza de la razón, frente a creencia, la razón de la fuerza.

Amós García Rojas es presidente de la Asociación Española de Vacunología.