Galicia se calza los patines

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

CESAR QUIAN

La comunidad supera a Madrid y ya es la primera de España en número de pistas de hielo instaladas durante las fiestas navideñas, con un total de dieciséis

02 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Es difícil saber por qué han tenido tanto arraigo en Galicia, pero lo cierto es que las pistas de hielo instaladas durante las fiestas navideñas se han convertido en una moda imbatible en la comunidad durante los últimos años. Y con un resultado sorprendente: ya somos los que más instalaciones de este tipo tenemos en España -16 en total-, por delante de Madrid, que puso 14 esta navidad, coincidiendo básicamente con el período de vacaciones escolares.

El dato es de la empresa gallega Invernalia, que tiene 16 pistas en España, 5 de ellas en Galicia. «Hay otras comunidades con instalaciones fijas, para todo el año, pero si nos referimos en concreto a las que se colocan en Navidad, somos los que más tenemos», dice Miguel Suárez, propietario de Invernalia.

Hay tres tipos de iniciativas para estas pistas: las que montan los concellos, las que impulsan los centros comerciales como reclamo y las privadas, instaladas por las propias empresas del sector. El tamaño medio en Galicia es de 400 metros cuadrados, siendo la más grande la de Marina Coruña (privada), con mil metros cuadrados.

Por el material sobre el que se patina hay dos modalidades, de hielo y sintéticas. Las primeras, mayoritarias, son de hielo natural, conseguido, se entiende, de forma artificial. Se usa para ello una balsa de agua y una base radiante de poliuretano aislado sobre la que se congela el líquido. Las segundas son generalmente de plástico endurecido y silicona.

Los dos modelos tienen ventajas e inconvenientes. Las naturales ofrecen básicamente la sensación de patinar sobre hielo de verdad, el realismo. Las sintéticas evitan el frío, y el montaje y el mantenimiento son más económicos. En la práctica, en Galicia se están poniendo sobre todo de hielo, excepto las pequeñas.

«Nosotros tenemos de los dos tipos -explica Suárez-. La sensación del hielo natural es superior. Las sintéticas evitan gastos de luz y agua al instalarlas, pero las estamos usando más bien para los más pequeños, hasta 8 años o así».

El coste de las instalaciones es muy variable, pero los concellos están pagando de media unos 30.000 euros. El gasto de electricidad por mil metros cuadrados ronda los «150 kilovatios durante los dos o tres días que se tarda en formar el hielo». El coste baja después porque se trata ya de mantener la capa, y eso también es variable, puesto que no da igual hacerlo a cero grados en Valladolid que a diez en Vigo.

Rampa de trineos

La ciudad olívica es un ejemplo de la fuerte infraestructura que se está montando en Galicia en torno al hielo. Samil posee una de las pistas más grandes de la comunidad. Pero, además, junto a ella se ha instalado una rampa de trineos para arrojarse en flotadores gigantes. Es un enorme tobogán que hace las delicias de los niños, aunque está reservada a mayores de 5 años.

En cuanto a los precios de las pistas, hay de todo. La media está en torno a seis euros, con derecho a patines y a disfrutar entre 45 minutos y una hora. Sobre ese coste unitario se establecen a veces descuentos para familias o por compras en los centros comerciales donde se emplazan.

Con aportaciones de Ana Gerpe, Juan Capeáns, Begoña R. Sotelino, Rocío Pérez, Santiago Garrido, Laura López, Salvador Serantes, Javier Becerra y Cándida Andaluz.

Un par de culadas entre ases de la pirueta y valerosos principiantes

Ni es complicado ni tan fácil como parece: el exceso de confianza significa castañazo, y el suelo, frío y duro, no tiene piedad. Hay que rascarse el bolsillo: 8 euros. Bueno, 6,5 si se va en familia. Guantes, bufanda, gorro... Hace rasca. ¿Calzarse los patines? Fácil hasta el momento de ponerse en pie. La primera culada, en seco. A mi lado pasa, escondiendo la sonrisa, una chavalita de 9 años, Celia, que camina sobre las cuchillas como si fuese en zapatillas.

¡Buf! En la pista, más dolor. La segunda culada, sobre el hielo. Es el problema de asirse tarde a la barandilla. Recuerdo entonces una juventud de patinaje sobre ruedas y me sobrepongo, con el cuerpo algo más confiado y el trasero dolorido. Primeros bamboleos del cuerpo y diez metros de avance. Celia me pasa como una bala. Esta vez sí, llego a tiempo a la barandilla. Empiezo a sudar. ¡Fuera bufanda, fuera gorro!

Un padre llama la atención a su hijo por hacer bolas de nieve. El chaval se agarra con fuerza a un muñeco, una especie de pingüino más grande que él. Alguien me ofrece otro. Encajo la ironía, pero aún me queda orgullo.

Un adolescente altivo dibuja piruetas por la pista. Hacia atrás, sobre un solo patín... Pero los fenómenos también caen. Esta vez, la sonrisa de Celia es para él. También la mía. Me vengo arriba con el percance y completo mi primera vuelta. ¿Un éxito? Según se mire: por delante, 50 minutos de equilibrios.