Los Parker-Bowles van de boda

La Voz

SOCIEDAD

Hechos y figuras

06 may 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

Los Parker-Bowles vivieron ayer una jornada de boda. No es que Camilla haya reincidido con otro... Por favor, no piensen eso. Es que se ha casado su hija Laura y, como suele ocurrir en estos casos de padres separados, a la ceremonia acudieron los padres de la contrayente con sus respectivos cónyuges. Todo sería perfectamente normal si el padrastro de Laura no fuera el heredero al trono de Inglaterra. Pero unos y otros, aceptada ya la situación -sin duda, el que se lleva la peor parte es Andrew Parker-Bowles - vivieron la ceremonia con toda la alegría del mundo. Por aquí me dicen que la novia recordaba a la princesa Diana , pero en feo. A mí me parece hilar demasiado fino, ya que el parecido se limita en el color de pelo y ojos, aunque con esto de los parecidos hay opiniones para todos los gustos. Por cierto, Laura Parker-Bowles se ha casado con Harry Lopes, un contable de treinta años que parece tener 18, que es nieto del último Lord Astor de Hever y que en sus años mozos (cuando debía de aparentar diez) era modelo de ropa interior. El joven Harry estudió en los mejores colegios de las islas, es decir, en Eton y en la Universidad de Edimburgo, como su cuñadastro (¿qué parentesco lo une a Guillermo y Enrique Windsor ?). A la fiesta acudió lo más granado de la aristocracia británica, pero todos los ojos estaban puestos en una chica, Kate Middleton , la novia del príncipe Guillermo, que se presentó elegantísima con un vestido-abrigo brocado en tonos beis y un tocado en la cabeza en forma de flor, muy al estilo de su quizás futura suegra (por cierto, cada vez más guapa y joven). El único pero que se le puede poner a Kate es lo delgada que está, una chica de lo más normal hace un año y cada vez más espigada, tanto que ayer parecía Victoria Adams (¡qué horror!). Hay que vigilarla de cerca, como a la incipiente calva en la hermosa coronilla de Guillermo, que cualquier día nos muestra la piel que recubre su cráneo. Ayer se cumplieron 150 años del nacimiento de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis y en esencia un hombre que, aunque hoy se le quite o dé la razón, sacó ante la sociedad de su tiempo (casi tan pacata como la nuestra) el lado oscuro que de alguna manera todos tenemos. Lo malo de Freud es que celebra aniversario en Viena junto a Mozart , que ya anda por los 250 años y, claro, la competencia es voraz. Como soy genéticamente frívola y no me gusta meterme en honduras psiquiátricas, de Freud me quedo con el pensamiento de Bree Van de Kamp , la exigente y perfecta mujer desesperada de la serie: cuando su marido la convocó a un diván del psiquiatra para hablar de su matrimonio, Bree puso de vuelta y media a Freud pensando en su madre. Su teoría era algo así como «esa mujer, que seguro que las pasó canutas para sacarlo adelante en una época que los niños morían como chinches, tuvo que escuchar cómo su hijo le echaba la culpa de todos sus males. Y seguro que ella lo único que quería era su bienestar». ¡Tremendo! A mí la serie me enganchó precisamente en ese punto, porque nada puede haber tan lógico, preclaro y, sobre todo, políticamente incorrecto. Quienes son carne de psiquiatra son los Kennedy (los que van quedando vivos, claro). El otro día, Patrick (hijo de Ted ) se estampó con su coche ante el Congreso y ha anunciado que tratará su adicción a los medicamentos, que es una manera fina de llamar a las drogas.