05 may 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

LAS GASOLINERAS de antes eran un caseto para que el funcionario no se mojara con la lluvia y para guardar cuatro latas de aceite, más una bomba o dos, arrimadas a la carretera y para de contar. Ahora se han ido dotando de más y más funciones. Tienen tabaco y máquina de café, refrescos, casetes y vídeos, chicles y chocolatinas, alimentos para un pasar, un aparato de televisión o al menos una radio y una estufita de butano para el invierno. Esto, las pequeñas, porque las grandes son verdaderos complejos hoteleros. Por eso no debe considerarse un crudo abandono lo que ocurrió recientemente en una gasolinera de Málaga: una familia llega en coche; baja un hombre en edad de jubilación, aparentemente a comprar chicles o agua mineral y en esto el coche se marcha, dejando al abuelo apeado, víctima, en principio, del esquinazo. La concejalía de Asuntos Sociales de Málaga ha tomado cartas en el asunto, a pesar de que el abuelo no quiere denunciar a sus deudos; pero las concejalías, ya se sabe, siempre que salta un asunto quieren tomar algo. Y no es para ponerse así. Porque una gasolinera no es el desierto y tal vez el hombre estará allí mejor servido que en un geriátrico barato. Si en la isla de Robinsón Crusoe hubiera una gasolinera, al marinero no se le habrían ocurrido las salvajadas que se le ocurrieron con el pobre Viernes. Cuando a los abuelos empiecen a abandonarlos en el punto limpio, entonces sí que habrá que tomar cartas y medidas.