Incendio en el Ampurdán

SOCIEDAD

26 sep 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

ARDE el Alto Ampurdán, y no debería. Aquella esquina nordeste de España es nuestro más preclaro contacto con Europa, porque allí, que se sepa, es donde primero se establecieron los griegos civilizadores y también es allí donde los Pirineos se allanan, como si hicieran homenaje a la belleza apabullante de la Costa Brava, y dejan paso expedito entre la península y el continente. Tanto se allanan que la comarca es un pasillo abierto para todos los vientos de Europa que vienen rebotando en la cordillera, y al llegar al Ampurdán toman el camino del sur con intensidad y rumbo imparables, convertidos en la Tramontana, el viento norte que hoy aviva el fuego en los densos pinares de Montgrí. El Empordá, como allí se llama, es una tierra limpia y clara, habitada por gente orgullosa de lo suyo pero carente del afán de aparentar, amigos de comer bien y dotados de una eficaz resistencia a perder la identidad y el paisaje en aras del turismo, por otra parte muy pujante. Dos personajes del siglo pasado enriquecen la visita a esta tierra: Josep Pla y Salvador Dalí. El escritor ha convertido en ordenación territorial su literatura andarina: es posible pasear kilómetros entre pueblos y calas por caminos bien cuidados. Dalí ha convertido Figueres, la capital del Empordá, en foco de animación cultural. El reverso de nuestra tierra, no debe arder, porque es una escuela.