18 jun 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

ENTRE TANTO HUMO de xesta achicharrada y esa nieblísima mesta que nos manda el aire del mar, en las Rías Altas andamos todos a las apalpas, incapaces de reconocernos los unos a los otros. Ni el camino a casa encontramos en estas noches de entrenamiento anteriores al San Xoán. Hay que ir calentando el cuerpo. Las noches son cortas, casi insuficientes para la parsimonia con la que uno se asoma al mundo desde su madriguera invernal, y como dicen los meteorólogos que es más que probable que el miércoles de luminarias acabe cayendo agua, a día de hoy cualquier fuente de calor, sea cama, playa o gintonic, revienta de peticiones de amparo. Lo malo es ir a destiempo. Por ejemplo, organizar a toro pasado protocolos de actuación contra una ola de calor ya superada y difícilmente repetible en un horizonte próximo, lo que dispara las posibilidades de que el verano en que se produzca la próxima, a saber de qué año, el protocolo esté enmadejado entre tupidas telarañas. Precedentes haylos. En esto, y en las voces desacompasadas que claman contra los señores de la Xunta cuando Galicia empieza a arder y no son precisamente sardinas lo que se ve correr por el monte. Parcelarias y gestión de los suelos aparte, Medio Ambiente acierta al alertar del silencio con el que seguimos protegiendo a los incendiarios ganaderos, cazadores, madereros, promotores de viviendas, brigadistas contra o lume y despistados en general. Trasunto macanudo para un país que se prepara para celebrar grandiosos actos de celebración y culto al fuego, dicen que purificador.