18 ene 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

YA SABEMOS que la vida ideal nos lleva a la contemplación, la conversación y el disfrute de la buena mesa, pero en estos inviernos de noches largas uno se cansa de tanto caldo y de tanto mirar para el fuego y va y enciende el televisor. Y entonces caes. Caes en la cuenta de que, por mucho que diga el profesor Arias Veira, somos malos. Y no hace falta ir al telediario, con sus proclamas de «después de mí, el diluvio» que asustan a los niños. Hasta los programas de entretenimiento reflejan una crueldad de circo romano. El caso más claro es el de «Gran Hermano», recién terminado (vaia embora). No basta con que la ganadora, después de pensarlo un rato, se salga con un ¡viva el amor! Es que incluso el idioma que utilizan es agresivo y autista. Una de las frases preferidas de los concursantes es: «No te equivoques», sustituto amenazador del insoportable «¿Entiendes?». Cuando hay que expresar duda sobre si tu contertulio te ha entendido, no hay que cargar sobre él la incapacidad de comprensión, que es como llamarle imbécil, ni mucho menos ponerse a punto del «no sabe usted con quien está hablando». Utilicen, por favor, la más cordial «¿me explico?» o «no sé si me explico», con la que uno se hace responsable de sus propias dificultades discursivas. La otra frase clave, empleada en los momentos dulces, es «sé tú mismo». ¡Vaya sucedáneo del «conócete a ti mismo» de Delfos! Esta filosofía nueva propone un continuo recomponerse la figura, despojarse de influencias ajenas y levantar el telón al ser natural, como si ya valiera desde el principio y para siempre. ¿Para quién queda la evolución permanente, esa transformación que nos dan la vida y la cultura? Pues para «Un dos tres, a leer otra vez».