Clausuradas las olimpiadas. Punto final a las competiciones. Los participantes han vuelto a sus casas con un buen lote de medallas y con sus coronas de laurel. No las olimpiadas de Brasil, claro, que esas a ver cómo rematan, con regatas entre aguas fecales, el personal en la calle protestando y seguro que el COI tirándose de los pelos por haber elegido el país de «menos samba e máis traballar».
Las olimpiadas que se han clausurado son las de Sigüeiro, su alcance ha sido de un centenar de personas contando los padres de los participantes, y medallas de dimensiones asombrosas hubo para todos. Porque se trató de la primera convocatoria para niños, hecha en uno de los veranos sin clases más largos de todo el mundo civilizado y organizada por una asociación cultural con la que colaboró el Ayuntamiento, el cual mandó a dos concejales a enfrentarse al duro trabajo de dar los premios.
Una pequeña acción lúdica pero que por desgracia hay que decir que es ejemplar por la escasez de iniciativas como esta que partan de aquello que antes se llamaba la sociedad civil y que hoy parece haber desaparecido de la faz de Hispania. No se trataba de reunir dinero, sino de invertir unas cuantas horas en organizar pruebas que incluían juegos tradicionales y otros salidos del intelecto de los promotores. De ese pequeño grupo que conforma esa asociación cultural salió la idea de hacer un recorrido con la antorcha olímpica, por rigurosos relevos, a través de la única urbanización de Oroso, seguida de las primeras pruebas. El segundo día, el más intenso, la antorcha llegó a Sigüeiro.
Simple. Muy simple. ¿Y por qué un pueblo como el gallego ha caído en la apatía y o lo hace el Concello o la Diputación o la Xunta o no lo hace nadie?