Un bar ya histórico despide en Gorgullos al excursionista que se dirige a Queixas en la vía verde Compostela-Tambre-Lengüelle

Cristóbal Ramírez SANTIAGO

SANTIAGO

CRISTÓBAL RAMÍREZ

La ruta es un muestrario de la vegetación autóctona y, además, carece de dificultad incluso para los más pequeños de la familia

10 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La pregunta por qué el apeadero de Gorgullos-Tordoia constituye un estupendo punto de partida para conocer un tramo de la vía verde Compostela-Tambre-Lengüelle tiene una respuesta fácil: porque ahí se encuentra el único bar en todo el itinerario desde Sigüeiro. Al menos desde que no se termine la etapa entre esta última localidad y el que en realidad será el comienzo, la estación santiaguesa de A Sionlla.

Se trata del bar Rosende, gestionado por madre e hija que llevan ahí toda su vida, punto de encuentro de la vecindad, atmósfera muy acogedora y desde luego auténtica. Y además bien surtido. Las mujeres, amables, permiten que se deje el coche aparcado en su propiedad.

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Estos kilómetros que tiene ante sí el excursionista muestran dos características: por un lado, van a ser un auténtico muestrario de la vegetación autóctona, y por otro carecen de dificultad incluso para los más pequeños de la familia, ya que las pendientes —que sí existen— son tan suaves que no asustan absolutamente a nadie.

La salida se define como una larguísima recta con una inclinación hacia arriba que ni se nota. Ahí se encuentra el punto kilométrico 26 (contados desde A Sionlla). El Lengüelle, que es precioso en todo su curso, queda a un par de centenares de metros a la izquierda pero no se ve, si bien se adivina su recorrido gracias al estrecho y denso bosque de ribera que ha generado desde su nacimiento hasta su desembocadura en el Tambre.

En esta época, aunque empieza a haber menos con relación a finales de junio y principios de julio, el trino de los pájaros es constante, y distinguir por ellos las especies solo está al alcance de los entendidos, fuera del mirlo (fácilmente reconocible) y ausente casi por completo el cuervo, que puebla más otras zonas que esta.

Otra curiosidad del tramo es que aparece más de un cruce peligroso señalizado. La perplejidad se adueña del visitante porque en realidad no hay cruce alguno, sino simplemente unos accesos a fincas a las que alguien acudirá de pascuas en ramos, pero sin que exista carretera o pista de ningún tipo. En resumen, algún tractor irá por ahí de vez en cuando. Pero cierto es que resulta preferible avisar que no hacerlo, porque tentar a la suerte no entra en el capítulo de las buenas ideas.

Parece más procedente el aviso de ganado suelto y paso de niños (a pesar de que ese aviso da lugar a algún chascarrillo, no tiene nada que ver una cosa con la otra, por supuesto). O sea, cuando se termina la larga recta, con la vía nueva a la diestra.

Descenso ligerísimo, curva a la izquierda y en todas partes los restos de una vegetación lateral que ha sido cortada para que no haya ni la mínima dificultad al recorrer la vía verde. A partir de ahí aparecen las primeras delimitaciones de la ruta, que, como siempre, son de madera y se hallan muy bien integradas en el entorno. Un ejemplo de cómo ennoblecer la Galicia rural sin recurrir a materiales nuevos estéticamente agresivos.

Así se alcanza el kilómetro 27, cuando se cruza por encima un ruidoso arroyo que no se ve debido a que el agua se abre paso como puede en medio de una auténtica selva vegetal.

La tónica del resto de la jornada es esa, y así se alcanza una excelente estación denominada Queixas-Londoño, un edificio que es copia de otro levantado en el País Vasco. Este coruñés, por desgracia, se encuentra cerrado si bien en un estado exterior al que no se le pueden poner muchos peros. El desafío ahora es darle uso en el siglo XXI.