Desde el norte

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

30 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Escribo desde Durham, cerca de Escocia. A las cinco es noche. El ciudadano aprovecha y adelanta la hora de la cena, y hay quien se sienta a la mesa antes de las siete para luego ver algo en la tele. No queda más remedio que hacer lo mismo. Las televisiones ofrecen informativos y reportajes de alta calidad demostrando que el periodismo está muy vivo y que no tiene nada que ver con las redes sociales.

En ese capítulo se lleva la palma Ucrania, y tanto la BBC —ahora en horas bajas porque los tabloides aseguran que su presidente fue un fullero, vaya uno a saber— como Sky News facilitan informaciones con los periodistas donde tienen que estar: en primera línea, no grabando un tiktok en el salón de sus padres (un paréntesis: ¿alguien se ha preguntado por qué Quevedo se niega a hablar con periodistas y solo está en redes sociales, youtubers y armadanzas a los que ahora se llama influencers?).

Sin duda, desde las guerras de Crimea del XIX los británicos son los mejores. Pero lo que clama al cielo —y al autor de estas líneas pone de los nervios— es el protagonismo de los periodistas: reportaje de, por ejemplo, Birmania (hoy Myanmar) y la tercera parte del tiempo, controlada, sale el profesional en cuestión pontificando y haciendo gestitos.

El periodista debe pasar desapercibido. ¿Alguien conoce la cara de Martínez Soler, uno de los grandes en España del siglo XX y felizmente vivo? ¿Identifican en un restaurante a tal o cual redactor de este periódico? ¿A mí mismo, sea dicho con toda la humildad del mundo, después de más de tres millares de informaciones firmadas? Si la respuesta es sí, es que algo estamos haciendo mal. Y necesitamos buen periodismo. Hoy más que nunca.