Los zapatos

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

20 feb 2020 . Actualizado a las 10:59 h.

Un amigo me paró el otro día por la calle y lo primero que me soltó fue que se había encontrado un zapatero. Parecía extrañado, como si hubiera avistado al último oso pardo. Ni siquiera me preguntó por la familia o por el trabajo. Fue algo tan desconcertante que, en un primer momento, hasta pensé que se había cruzado con el ex presidente socialista. Pero no, se refería al oficio, a un señor que reparaba calzado, un trabajo que al parecer todavía sobrevive y que muchos creímos extinguido.

Al cabo de unas semanas, pasé por ese lugar y, efectivamente, me encontré allí a una persona mayor, de unos sesenta años, de barba canosa y recortada, que vestía un mono azul y llevaba puestas unas gafas de cerca. Era un local diminuto y destartalado, y en el que había un fuerte olor a betún, un olor que lo impregnaba todo y creaba una pequeña atmósfera como de fábrica en la Inglaterra victoriana.

Al abrir la puerta sonó el timbre. Nos saludamos y me preguntó qué deseaba. Le pedí presupuesto para pegar unas botas y, amablemente, me contestó que serían solo cuatro euros. Qué barato, pensé. Napoleón decía que todo buen soldado necesitaba un rifle, un abrigo y unos zapatos. El hombre confesó que lo que más odiaba eran los chicles pegados a la suela, una plaga asquerosa, las medusas del asfalto. Me fijé en que había un montón de pares apilados en una repisa, a un lado del mostrador. Parecía una fosa de cadáveres. Pensé en la distancia que habría recorrido todo ese calzado y en que esos zapatos tal vez habrían dado la vuelta al mundo, y me fui de allí triste, con el temor de que nadie vendría a buscarlos.