Civilones

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

17 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Así se llamaba en otros tiempos, en plan despectivo, a los guardias civiles: civilones. También desertores del arado. Y en el franquismo, torturadores (y méritos habían hecho para ello). Así que los que nacimos bajo la dictadura y -digámoslo eufemísticamente- no estábamos de acuerdo con ella tampoco derrochábamos admiración y cariño por la Guardia Civil, la cual, para decirlo todo, no fue la primera en adaptarse a las costumbres y hábitos democráticos.

Eso fue en la prehistoria. O tal parece. Hoy en día es un cuerpo moderno, respetuoso con la legalidad hasta grado extremo, sometido a mil y una presiones burocráticas, con casas-cuartel desfasadas por completo y haciendo su trabajo no solo con enorme profesionalidad, sino con mucho esfuerzo y multiplicándose. Porque en otras partes es posible tener un día malo, o un día un poco indolente, o un día tranquilo… En la Guardia Civil, no. Se trabaja pisando el acelerador todo el tiempo, y cuando uno cree que ya se va para casa, se queda, así de simple, porque algo sucede.

Por supuesto que nadie es guardia civil a la fuerza, así que cada cual está donde quiere. Pero hay que tener mucha vocación de servicio para ponerse el uniforme cada mañana. Y hoy en día eso es una garantía de normalidad y de seguridad. Un decenio atrás hubo algún iluminado burócrata que planificó cerrar el cuartel de Sigüeiro, algo que reflejó este periódico. Dios nos libre, porque el pequeño equipo de esa villa -en realidad el cuartel se alza en suelo compostelano- es, simplemente, uno más de la comunidad. Y tan efectivo como integrado, respetado y querido. La medalla no se la darán, pero se la ha ganado con su trabajo diario, muchas veces invisible.