Turismofobia

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

02 oct 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace casi 30 años, alguien pintó en una pared de O Courel «Non ao turismo». Seguro que era una persona aislada e incomprendida, y lejos estaba de adivinar que ahora, sobre todo en las grandes ciudades, se extiende la plaga de la turismofobia. Y con mucha razón: se trata de localidades donde las autoridades han dejado hacer, y edificios y hasta barrios enteros han perdido su carisma, su atmósfera local, su razón de ser.

En Galicia parece que se ha reaccionado a tiempo excepto en Santiago, donde el nuevo alcalde se encuentra con el embolado de los pisos turísticos más la economía alojativa en negro. La Xunta empezó hace ya tres años largos una admirable batalla para que emergieran los primeros, reunieran condiciones para aceptar inquilinos y para que se inscribieran en un registro. Dura batalla, por cierto, porque las resistencias numantinas con claro toque milenario de «eu na miña casa fago o que quero» no fueron menores. Como vacuna preventiva contra la turismofobia, el Gobierno gallego ha diseñado dos líneas de actuación. Una, desestacionalizando en la medida en que tal cosa es posible, porque no podemos presumir de un clima maravilloso que ayude a ello; son habas contadas y tiene un límite. Y otra, potenciando diversos caminos de Santiago. Si en el Xacobeo 93 más del 90% de los peregrinos llegaban por el Francés (o sea, por O Cebreiro y Arzúa), en estos momentos son menos del 60 % los que optan por esa ruta, eligiendo el resto cualquiera de las otras.

Esa menor presión en puntos concretos ha evitado la reacción adversa de los residentes. Queda por ver cómo se resuelve el caso de Santiago, donde vivir en la Almendra es, cuanto menos, complicado. ¡Suerte, alcalde!