Notre Dame

Emma Araújo A CONTRALUZ

SANTIAGO

17 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno de los primeros baños de realidad es darte cuenta de aquello que no podrás hacer jamás. Esto suele ocurrir cuando te das cuenta de la vida y los años te marcan derroteros que no tienen vuelta atrás.

Todo se hace más llevadero si tienes la posibilidad de viajar y conocer otros mundos, porque esta suele ser una muy buena forma de rejuvenecer sueños y alimentar el alma. Pero incluso pudiendo gozar de este privilegio hay experiencias que no puedes volver a repetir. Deambular por Notre Dame, buscar al jorobado entre sus mágicos rincones y disfrutar de todo el arte que encierran sus vidrieras es una experiencia que cada año disfrutaban millones de personas. Hasta ayer. La historia está llena de las pérdidas marcadas por el fuego. A saber cómo sería la biblioteca de Alejandría. Sí sabemos lo que se llevó el fuego en el museo de Río de Janeiro y todos recordamos las lágrimas de Monserrat Caballé tras el incendio del Liceo de Barcelona.

La estampa de Notre Dame pasto de las llamas solo puede encontrar alivio si se tiene en cuenta que otras destrucciones históricas como la biblioteca de Sarajevo y las ciudades de Varsovia, Palmira o Dresde, están manchadas de sangre y de ganas de exterminio de todo lo que significa la cultura.

Las imágenes de los parisinos y de todos cuantos están de visita en una de las ciudades más emblemáticas del mundo nos devuelven cierto consuelo que deriva de la unidad ante la desgracia.

Pocas ciudades pueden disfrutar de un edificio que resulte tan emblemático para una ciudad. En Santiago sí lo tenemos. La pregunta es si estamos o no a su altura.