Malkovich

Emma Araújo A CONTRALUZ

SANTIAGO

27 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La ignorancia tiene cosas positivas. Gracias a Indiana Jones decidí que tenía que pasear por el Siq y que el sol me deslumbrase hasta intuir El Tesoro. Con Sean Connery descubrí la abadía de Saint Michel. Gracias a John Malkovich leí a Bowles y ahora acabo de encontrar un paraíso del bacalao en A Baña. Y todo esto sin apenas necesidad de mover un dedo.

Semeja la felicitad absoluta, pero ninguna de estas experiencias se asoma ni lo más mínimo a la de perderse en la ciudad de los nabateos, en el Sáhara o que te rodeen las ovejas en Normandía. De mi aventura canadiense solo quedó en el tintero la mitomanía tonta del chubasquero amarillo de Marilyn. Y casi me pierdo la experiencia de sobrevolar las cataratas del Niágara por grabar las vistas. (Confieso que no sé dónde tengo la memoria de la cámara). Por eso me quedé helada con la campaña de una neonatóloga que invita a los padres a que se guarden el teléfono y vean el nacimiento de sus hijos sin guiñar el ojo ante el agujero de la cámara del móvil. Viajar por vez primera a un sitio soñado es mágico y saborearlo de nuevo tiene otros atractivos, pero hay momentos irrepetibles por mucho que atrofies la tecla de play del móvil.

Que las experiencias de otros te abran las puertas a nuevos sueños no tiene precio. Pero lo que no tiene perdón es que al inmortalizar un momento tan histórico como el nacimiento de alguien de su sangre te creas Harrison Ford corriendo que se mata por el que debería ser el paseo más lento del mundo, o que emules a Bertolucci dirigiendo a Malkovich, ese señor que come bacalao en A Baña, otro placer para el que no hay grabación posible.