Bolsa o vida

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña EL MIRADOR

SANTIAGO

02 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Somos tan poquita cosa que el bastoncillo con el que nos limpiamos los oídos por la mañana y que tiramos al váter -sí, lo sé, no lo hacemos ni usted ni yo pero se ve que sí todos los demás compostelanos, basta con contar los que se acumulan en la depuradora de Silvouta- nos sobrepasará en el tiempo. Hasta 300 años tardará en desintegrarse; mucho más, incluso, que las toallitas que colapsan los sistemas de depuración. He de revelarles que, curtida como estoy en esta profesión, no logro retirar de la retina la imagen esa de las toallitas higiénicas acumuladas en los depósitos que limpian el agua que los peces han de beber por el Sar abajo. Ese supuestamente inofensivo papel perfumado, sin el que ya no somos capaces de vivir una vez que lo hemos puesto a prueba en los culitos de nuestros bebés, tarda 100 años en desintegrarse. Pero si hay un objeto que se resiste a desaparecer del mapa es la bolsa de plástico. De ahí que todavía más que la imagen de la depuradora llena de toallitas sobrecojan esas fotografías de los rincones del planeta que se han convertido en cementerios de plástico. Por eso bienvenida sea la obligatoriedad de pagar las bolsas que expenden en los comercios. Algún descreído me dirá que nadie va a dejar de usar una bolsa por unos céntimos de nada, pero se equivoca. El segundo día de la entrada en vigor de la medida, mi frutera me contó que la víspera había pasado de expender una media de cien bolsas diarias a tan solo veinte. ¡Cien al día en una pequeña frutería! Multipliqué el número de tiendas de mi barrio por cien y casi me da un patatús. Y el dicho «La bolsa o la vida» cobró otro sentido.