El año nuevo

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

03 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Fue una mañana desapacible, como suele ocurrir cuando se estrena el año. La intensa lluvia, zarandeada por el viento, golpeaba a ráfagas los cristales de mi ventana. Y de fondo, con el televisor encendido, sonaba el tradicional concierto de año nuevo. En una semana, la música de una casa en Navidad pasa de la cantinela de los mil euros de los niños de San Ildefonso a los violines de la Filarmónica de Viena. Cada 1 de enero hay un cierto desorden doméstico: una mesa que queda sin recogerse del todo, con el mantel arrugado y alguna copa; las migas y tal vez el envoltorio de algún regalo o de una bandeja de pasteles. Así transcurría el 1 de enero en mi casa, con los niños en pijama, hasta que escuché, de repente, a una ambulancia que iba directa al Hospital Clínico, que está cerca de mi domicilio. Mi hijo pequeño me preguntó por qué alguien se ponía enfermo en un día de vacaciones, reservado para jugar. No supe qué contestarle.

El sonido de la sirena fue alejándose hasta que se convirtió en un tenue rumor. Mientras mis hijos jugaban, sonó la Marcha Radetzky, de Johann Strauss, e imaginé que tal vez las ambulancias deberían circular con esa música por las calles cada primero de año. Sería algo singular y misterioso. Entonces, reparé en algunas cosas: pensé en quién habría tenido la mala suerte de haber empezado el año así, camino del servicio de urgencias. La ambulancia es el taxi al que siempre llama la muerte cuando quiere desplazarse. Así arrancó el año nuevo en mi casa, con algo tan viejo como la Filarmónica de Viena y con el rutinario e inclemente ulular de una sirena camino del hospital.