Conocí a Robert Plotz (1942-2017) hace muchos años, en Ferrol, en una reunión sobre las peregrinaciones marítimas. No me hizo ningún caso, ni entonces ni muchas veces más que coincidimos. Aceptó hablarme sin cortapisas por primera vez en O Cebreiro, cuando el Xacobeo -entonces con el nacionalista Ignacio Rodríguez Eguíbar al frente, en tiempos de Touriño en San Caetano- había organizado una conmemoración jacobea. Creo que fue entonces cuando se dio cuenta de que yo también estaba allí para quedarme. Y sin tiempo no era: yo ya llevaba más de un cuarto de siglo divulgando los Caminos de Santiago aquí y fuera.
Allí, en O Cebreiro, comprobé que la fama de cascarrabias que tenía Roberto Plotz escondía una gran dosis de humanidad. La primera, se decía, se debía a que no había podido ser un number one en una universidad, lo cual me traía sin cuidado. Lo cierto es que me ofreció contactos, bibliografía y datos en general de aspectos en los que ambos trabajábamos. Desde luego, lo que nadie puede negar es su enorme dedicación al Camino. Él recogió el testigo que germinó en Düsseldorf hace muchos decenios, cuando solo cuatro gatos hablaban e investigaban sobre el fenómeno jacobeo.
Las gentes del Camino le deben un homenaje a Robert Plotz, que seguro que ya está debatiendo con el Apóstol Santiago. Mientras tanto, que Deus o teña onde o ten.