Destrozos

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

08 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La semana pasada ha vuelto a colear el que A Illa de Arousa no pueda crecer más. O sea, que no se pueden levantar más bodrios como alguno que invade la costa. Porque vale que las casas tradicionales estén como quien dice sobre la ribera, pero no es de recibo que tal cosa suceda de nuevo en el siglo XXI. En A Illa de Arousa no cabe más cemento, y eso sorprende a muchos e indigna a algunos. Pero resulta que el territorio es siempre limitado, y en una isla tan pequeña y tan poblada, más: mide siete kilómetros cuadrados y alberga a cinco mil vecinos. Y encima el alcalde protesta.

¿Pero qué pasa en los municipios de esta comarca? ¿Pueden ir a más? Cada uno ha elegido su modelo, y en algunos casos la ausencia total de modelo es la norma y sálvese quien pueda. Algunos crecieron de manera no solo rápida sino horrorosa: el bar Celta ya no está en Bertamiráns, por ejemplo, engullido por docenas de edificios a cual más agresivo con el entorno. Aunque la palma en ese capítulo se lo lleva el centro de Sigüeiro: peor no se pudo hacer en su día, y el constante esfuerzo del Ayuntamiento ahora apenas puede paliar aquel desastre urbanístico.

Crecer no es, por lo tanto, el problema en la comarca. El problema es el cómo. Nadie se ha atrevido a copiar a Holanda o Alemania, y aquí en lugares minúsculos se autorizan ¡cuatro alturas! O se permite con total indiferencia el destrozo absoluto del pequeño casco urbano, otrora grato de recorrer y hoy digno de figurar en el catálogo de los horrores, de Negreira bajo el largo mandato de un peculiar alcalde como fue José Blanco, que cuando regresó de la emigración en Buenos Aires añoraba aquellos buenos tiempos en Argentina. Ya me entienden.