Lufthansa puso los dos pies, y quizás los de otros, en Lavacolla

Xosé manuel cambeiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

ABRALDES

02 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada asiento ganado en los tráficos aéreos de Lavacolla es una electroestimulación del turismo compostelano. En los vuelos resulta saludable la obesidad, los aviones de buena barriga que cuidan lo menos posible la línea y atrapan más viajeros. Este verano cabrán 42.000 más que en el período estival del 2016.

Con mayor o menor lentitud, es progresión. Lavacolla progresa adecuadamente, ya recuperado el color perdido en los años de la crisis que se cebó con los aeropuertos patrios. Más adecuadamente progresa Oporto, pero esto suena a disco rayado cuando el vinilo hace tiempo que se fue a freír puñetas. Alguna administración aún no lo sabe y deja girar la pieza circular pegada al viejo tocata Crosley.

El aeropuerto luso, entretanto, no mira hacia atrás, no sea que como la mujer de Lot se salifique su éxito. Siempre de frente y a lo suyo, abriendo una memorable brecha con los aeródromos gallegos. Para el Sa Carneiro esa es la palabra, aeródromos. Estos miran hacia los lados.

Pero en el medio de la descoordinada causa aérea, Lavacolla suma y sigue y recibe compañías quizás en tiempos inimaginables. Hay un nombre propio: Lufthansa. El tirón de Lavacolla, el que empujó hacia arriba a Oporto, viene con firmas de este calibre, y con ánimo de quedarse. Hubo alguna que olió a Inditex, no le ofreció el suculento menú que pretendía, el reparto aéreo gallego no le satisfizo y se fue a conquistar nuevos pagos. Nuevos cobros.

Otra con acento alemán, Air Berlín, no debió diseñar bien sus cálculos y arreó también con sus aviones hacia otros cielos. Cuando la firma germana dijo adiós, la parroquia turística casi decretó tres días de duelo por su despegue sin retorno. Y es que las buenas palabras alumbran las mejores ilusiones, y tanto Turkish como Air Berlín hicieron frotar muchas manos, antes de que el sector se apercibiera de que el frotar se iba a acabar.

Son las mismas manos que está frotándose la gente con el gigante Lufthansa-Swiss y el abanico de rumbos intercontinentales que proporciona. Y con el ilusionante lenguaje (que no parece de imitación) de los directivos de la compañía que, esperan los gremios del turismo, no se disuelva como un azucarillo igual que el del colega que le antecedió, Air Berlín. Si así sucediese, los pájaros de Bangkok o el embrujo de Shanghái se quedarían más lejos.

El cómico Kerkeling

En la llegada de la aerolínea Lufthansa hay mucho que agradecerle al cómico Hape Kerkeling y a sus aventuras jacobeas, que han encandilado a millones de germanos. Veinte mil compatriotas suyos cargaron el pasado año con la mochila a sus espaldas hasta los andamios catedralicios. Y 80.000 hicieron felices a decenas de hoteleros. Lufthansa vino detrás y quedó maravillado del paisaje rosaliano de Lavacolla, que conectó inmediatamente con los de Fráncfort y Múnich. Es una buena oportunidad para que los alemanes comparen su cerveza con la gallega y le den esta a probar a los muniqueses.

Martin Sheen también apechugó con la mochila jubilar a lo largo del Camino Francés y Norteamérica se lanzó a seguir sus huellas. La cima estadística se pobló de estadounidenses. El colofón, como en Alemania, lo pondría una atrayente ruta directa Santiago-Nueva York. No es utópica: alguna institución la ha puesto sobre la mesa. Por flujos aéreos allende los mares que no quede, pero a la hora de cruzar el charco las compañías temen caer en él. La única que se dejaba caer regularmente por allá, por Caracas, se cansó de surcar el cielo.

Muchos confían en que el prestigio de Lufthansa irradie hacia otras compañías que se fíen de sus predicciones y de la calidad de Lavacolla. Ahí el gobierno local podría proporcionar algún empujón soplándole a posibles candidatas de buen ver y mejor volar las ventajas y maravillas del destino, adobadas con algo de erario. Pero no extenuando las arcas al estilo de Abel Caballero, que ya ha metido un par de kilts en la maleta para su próximo viaje con Ryanair. Gajes de la descoordinación aeroportuaria, que Madrid ve con miopía y San Caetano con hipermetropía. Y Oporto con simpatía.