La imagen del peregrino

Segundo L. Pérez López OPINIÓN

SANTIAGO

13 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Ante la clausura del Año Jubilar de la Misericordia, parece obvio volver a preguntarnos por el sentido y razón de la peregrinación al sepulcro del Apóstol.

La peregrinación es símbolo de vida -dice el Papa Francisco- Nos hace pensar que la vida es caminar, es un camino. Si una persona no camina y se detiene no sirve, no hace nada. Una persona que no camina por la vida haciendo el bien, haciendo tantas cosas que se deben hacer por la sociedad, para ayudar a los demás y también quien no camina por la vida buscando a Dios y al Espíritu que impulsa, es un alma que termina en la mediocridad y en la miseria espiritual. Por favor ¡No os detengáis en la vida!

La peregrinación tiene unas facetas propias en cada época, religión o cultura. Estamos en un momento nuevo. Momento que deja en penumbra discusiones que enzarzan a mucha gente, tanto desde el punto de vista cultural, religioso, económico e incluso político.

El Camino de Santiago ya no es un fenómeno hispánico, ni siquiera europeo y occidental. Es un hecho universal, multicultural y multirreligioso que plantea unos retos de tipo antropológico, filosófico y religioso que en unos años va a conllevar un cambio de perspectiva en nuestra visión de la naturaleza, el mundo y Dios como preconizaba Javier Zubiri en España y Romano Guardini en Alemania.

Lugares como Varanazi en la India, el Santo Sepulcro de Jerusalén y el muro de las lamentaciones, la Meca, el mausoleo de Ahmed Yasui en Turkestán, Koyesan, el monte de la meditación eterna o la ruta de los 88 monasterios en Japón. El culto Matsú en la China, la peregrinación de Aam´s Peak en Sri Lanka. O las peregrinaciones a Guadalupe en México o Nª Srª la Aparecida en Brasil... Que arrastran a millones y millones de personas.

Para nosotros la imagen paradigmática del peregrino y de la peregrinación es Abrahán. Es el que confía que en el camino no quedará abandonado, a pesar de sentirse extenuado y cansado; el que va oyendo a su Dios y de Él siempre aprendiendo. En el siglo XV Andrei Rubljev clarificará esta concepción en su maravilloso icono, pintado para el monasterio de Zagorst. El artista elige un símbolo: el contenido en el relato del episodio del encinar de Mambré (Gn 18,1-33) o la visita de los tres viajeros misteriosos que Abrahán acoge con el espíritu bíblico de considerarlos hermanos. Con ello se quiere decir que el verdadero Dios está presente en el forastero o en el otro peregrino, que nos pide acogida y hospitalidad.

Acoger al extranjero, acoger al peregrino es acoger a Dios, al Hijo de Dios. Este pasaje será para siempre el paradigma de lo que debe ser la peregrinación humana y símbolo de lo que anuncia todo caminar cristiano al encuentro con Dios en el pobre que es Cristo.

Será oportuno no olvidar en este horizonte el riesgo permanente de la tentación gnóstica. La concepción gnóstica privilegia la peregrinación de carácter espiritualista. A la sombra de las grandes visiones platónicas lo más importante es el espíritu y no la carne, la creación visible; tras esta visión se esconde una depauperación de lo creatural, de la naturaleza y de la historia. Por el contrario, la experiencia del peregrino valora la naturaleza y la historia, naturaleza e historia sin las cuales no hay posibilidad de encuentro con uno mismo y con lo trascendente. La visión cristiana, pues, valora la realidad del hombre que nace, camina, se hace en la historia, descubre, experimenta lo que Dios va haciendo en su historia de caminante hasta llegar al final de la meta. Ser peregrino, como parábola de la existencia humana, es saber de dónde venimos, cómo vamos y hacia donde caminamos; es vivir acorde con las preguntas fundamentales del ser humano: de dónde, por dónde y hacia dónde.

La clausura de la Puerta Santa, de nuestra Catedral, nos abre al misterio del ser humano en su dimensión más profunda de homo viator, comprometido en la transformación personal y comunitaria.