Blanco sobre blanco en Compostela

N. Mirás / M. Mosteiro

SANTIAGO

A pesar del caos que reinó en la ciudad durante toda la mañana, las consecuencias fueron menores e imperó el espíritu festivo sobre el cabreo de quienes no pudieron llegar a sus destinos

09 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Nadie se podía imaginar, solo veinticuatro horas antes de la nevada de ayer, que serían necesarias las cadenas para circular por San Lázaro o por el entorno de San Caetano. Cadenas, esos accesorios que todo el mundo tiene en el trastero y que casi nadie sabe utilizar. Excepto los taxistas, los viajantes y los conductores de autobús, muchos de los cuales ayudaron a los que más lo necesitaban.

En la jornada de ayer, atípica donde las haya, no todo fueron cabreos. Los niños fueron los grandes beneficiarios de una situación que blanqueó la capital de Galicia como no se recuerda; cualquier cuesta -sobre todo, el entorno del edificio sindical, en San Lázaro- hizo las veces de pista para trineos, y en cualquier acera se dio rienda suelta al escultor de muñecos de nieve que toda madre y todo padre llevan dentro. Algunos no escatimaron en bisutería y, así, era posible ver auténticos humanoides de hielo con guantes, boina, cejas hechas con lentejas e, incluso, chupete.

Solo los que no se movieron de casa podrán contar hoy que no sufrieron ni un triste resbalón. Los demás, los que pisaron la calle, con más o menos fortuna, patinaron en las aceras, en las rampas de los garajes y en los pasos de peatones, especialmente peligrosos durante la mañana.

Fue, sobre todo, una jornada para caminar mucho, vista la inutilidad de los coches y la imposibilidad de utilizar el transporte público. El premio al empleado del año habría que dárselo a un trabajador de Aluminios Cortizo que, para llegar a su empresa, recorrió quince kilómetros en tractor.

La nieve le hizo la competencia al comercio, por lo que la mañana de ayer resultaba perfecta para acudir sin agobios a las rebajas. La sangre no llegó al río, los accidentes de tráfico fueron de poca consideración y todo el mundo echó una mano cuando hizo falta.

El reparto funcionó mal. El reparto de todo, desde productos de panadería a periódicos o incluso el cátering de alguna guardería, que abrió sus puertas y tuvo que cerrar por falta de suministro. Hubo, eso sí, auténticos valientes, como la pescadera ambulante que, aunque con retraso, cumplió como cada día con los vecinos del entorno de la rúa de Touro.

La praza de Europa, en Área Central, amaneció congelada, algo muy poco frecuente. Lo mismo ocurría en el lago del parque de A Almáciga y, en general, en cualquier espacio con más de cinco centímetros de agua.

La de ayer, en cualquier caso, será una jornada en la que se recordará más la postal preciosa de una Compostela nevada que el cabreo de los que se quedaron atrapados. Una vez más se puso en evidencia, eso sí, que Santiago esta muy poco preparada para situaciones como la que se vivió ayer, y que podrían repetirse en cualquier momento; con o sin previo aviso.