Empínalo otra vez, Moncho

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PACO RODRÍGUEZ

Crónica | La inesperada reapertura de la mítica tasca O Porrón El bullicio, el canto, el trago erguido y la expresión mural que caracterizaban al centenario establecimiento de Casas Reais recobran su vigencia en un nuevo local

05 ene 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

La tasca O Porrón renació de sus cenizas en la Algalia de Arriba, en el acceso a San Miguel. Y lo hace en un viejo local hostelero que al menos tiene seis décadas sobre sus espaldas, aunque con menor capacidad y pátina que la taberna clausurada en Casas Reais. Pero los amantes del porrón reconocen enseguida la receta del mistela que expendía Ramón Viaño en el antiguo establecimiento. Con la redoma de vidrio, el egregio tabernero se llevó consigo la juerga en toda su sana y bulliciosa extensión. «Cambiou o local, pero o espíritu é o mesmo», dice Ramón, a quien venció la nostalgia cuando al dejar atrás las Casas Reais pensó también en abandonar la barra y los barriles. Pero una mosca borriquera se le metió en el caletre y no le dejó tranquilo hasta que no reabrió la tasca. Dejar huérfanos a sus fieles trasegadores no le parecía muy digerible. Así que, un día se despertó, se hizo con la vieja taberna de la Algalia y asentó sus reales. Varias de las mesas marmóreas del antiguo local, arrinconadas en un almacén de Porto do Son, efectuaron el viaje de vuelta a Santiago. Con ellas retornaron algunos barriles, el cuadro de George Moustaki, el reloj de pared que compartía sus horas con Viaño y las insignias del Deportivo y del Real Madrid. Suficiente. Los demás recuerdos de las Casas Reais morarán para siempre en la citada villa marinera. La nueva tasca aún conserva su vieja placa de O Rincón, que albergó varias castas taberneras en las últimas décadas. Unos lustros atrás se podía paladear un sabroso vino chantadino, servido por una familia de aquella villa lucense, y más recientemente unos emigrantes argentinos retornados cocinaron ricas comidas caseras. El porrón recoge la herencia. Inevitablemente, la imagen que encadena el porronero es la de las Casas Reais, con su enorme historial a cuestas. «Era un mundo aparte. Agora que non está daste conta do que significaba. Collerámolo no 38. Era único», evoca casi lacrimoso Moncho Viaño, mientras un barbado cliente asiente con la cabeza. Cuando cerró, le llegaron cartas y llamadas de distintos países. Reabrió en octubre. El boca a boca funciona y v.?g. anteayer por la noche 52 personas se agolpaban en el local. Decenas de porrones grandes se fueron a las mesas. Varios mexicanos y el grupo Os Estalotes, que ensayan en el local de Cantigas e Agarimos, alzaron un ambiente que ya suelen calentar por las noches numerosas gargantas juveniles. Y es que una de las señas de O Porrón, ahora y siempre, es el ambiente. «Na taberna na que non se cante, deberíase multar ao dono. Pero aquí fan ao revés, multan por cantar cando a taberna hai que vivila», suelta convencido Moncho. Otra de las marcas del porrón está en sus paredes. El patio de As Casas Reais estaba emborronado de pintadas y grafitis. «Eu pintei ata no teito», se ufana un cliente que frisa la cincuentena. Infinidad de leyendas pueblan ya las paredes del nuevo local. «Xeración 13 de xornalismo. Hai lugares que non morren. Por iso o novo porrón deunos a benvida», «un dos mellores anacos da historia de Santiago», dicen dos grafitos rescatados de un entorno de sentencias más o menos reproducibles. Ramón ve escribir, y sonríe. Ayer al mediodía. Por la Algalia de Arriba se oye un sonido de chifle y un grito de guerra: «¡Afilador! !Se afilan cuchillos y tijeras! ¡Afilador!». Alguien, desde una mesa del nuevo Porrón, desacraliza: «¡Cuanto más burro, mejor!». Por unos instantes, uno se siente con treinta y tantos tacos menos, en una vieja mesa de mármol sobre hierro forjado de Casas Reais. Pero alguien pide un porrón de güisqui y el fundido le sitúa al momento en una tasca actual de la Algalia. Antaño jamás osaba nadie pedir un porrón malteado. La tradición pervive, pero no tiene por qué reñirse con la modernidad. Los estudiantes se han reencontrado con su tasca: «Espérovos no Porrón».