Por la pinta los conoceréis

La Voz

SANTIAGO

Con tacón de aguja Turistas nórdicos, franceses y alemanes destacan por su osadía al vestir; japoneses e italianos siguen más la moda

10 jun 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

Aunque Amancio Ortega ha llegado prácticamente a todos los rincones del planeta, la moda dista mucho de ser un concepto universal. Al menos los gustos no lo son. Las pasarelas internacionales llegarán a todas las ciudades, pero cada cual la adapta a su modo, y la diferencia entre lo que entiende por moda un asturiano y un sueco está muy lejos de ser lo mismo. No hay más que echar una ojeada por algún restaurante turístico de la zona vieja, por un museo de la capital gallega o por la mismísima praza do Obradoiro. Aún disculpando el sacrilegio estético -que diría algún modisto francés llevándose con gracia las manos a la cabeza- de los calcetines con sandalias, porque todos los que hemos hecho el camino disculpamos eso y todo lo que sirva para calmar las ampollas y el cansancio de los kilómetros, lo cierto es que los latinos se diferencian no sólo por el carácter del resto de europeos. No hay más que ver a un italiano, guiri sí, cómodo también, pero combinando colores. Y no hay más que ver a un alemán, guiri también, pero confundiendo las cortinas floreadas del salón con una camisa talla XXL, el tapete de la mesa camilla con una falda de vuelo y atentando contra la discreción y sencillez que tantos años lleva pregonando la elegancia de Armani. Está la disculpa de estar en un país extranjero y de vacaciones. Esas situaciones en las que poco importa lo que piensen los demás. Aún así, los atuendos de algunos extranjeros componen una surrealista pasarela. Los japoneses, por ejemplo, aún siempre en grupo y disparando fotografías a diestro y siniestro, nunca llaman la atención por su vestuario, sea más o menos cómodo. Sólo esos grupos de alemanes, franceses, finlandeses, grandes, rubios, de ojos rabiosamente claros, al 50% blancos y colorados, sonrientes, con una cerveza en la mano y cámara al hombro darían para un estudio de por qué en nuestra cultura el naranja y el rosa no pegan, las flores y las rayas no casan, y allí parecen ser lo más habitual para sacar a la calle.