Un desfile tan «xeitosiño» como la ciudad

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

MARÍN

De la sofisticación de los trajes de plumas y lentejuelas a los choqueiros más enxebres; todo tuvo cabida

11 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay mejor termómetro para una cita festiva que visualizar cómo está el patio de butacas -en el caso del desfile de carnaval de Pontevedra serían las calles por donde pasa- media hora antes de que tenga lugar el gran acontecimiento. Ayer, pasadas las cuatro y media de la tarde, en Benito Corbal y Loureiro Crespo ya se respiraba fiesta. Allí estaba en primera fila Antonio, que se vino con su silla de playa verde fosforita desde Marín y que, antes de sentarse, le tuvo que sacudir todavía la arena de los últimos días de sol en Portomaior. O Uxía, de once meses, convertida en Caperucita Roja, a la que le dio tiempo a echarse una siesta antes de que apareciese un barco pirata cantando a Ravachol para abrir el desfile. Por no hablar del barquillero que ofrecía dulces del Artesano, que casi hace el agosto en pleno febrero. El personal empezaba a rosmar sobre la tardanza cuando, casi con puntualidad británica -serían las cinco y cuarto y el desfile era para las cinco- empezó el espectáculo.

Arrancaron Os Canecos. Y arrancó la elegancia. Las comparsas llegadas de buena parte de la provincia empezaron a dejar claro que el desfile pontevedrés es una especie de pasarela a lo grande de plumas, lentejuelas, corsés y zapatos brillantes. Y de mujeres valientes y bravas, dicho sea de paso. Porque hay que ser muy valiente para desfilar en un día de frío como el de ayer con los brazos y el escote al aire y llevar la sonrisa que todas llevaban. «Se son eu xa morro co frío», apuntaba una abuela desde una acera de Loureiro Crespo.

 

El caso es que, conforme avanzaba la comitiva -que empezó a paso lento pero que cogió ritmo enseguida-, iba quedando claro que Os do Val do Lérez habían acertado de pleno el viernes cuando, en el pregón del entroido, dijeron que Pontevedra es la cosa más plural que uno se puede echar a la cara. Pues su desfile también lo es. Porque la sofisticación de esos trajes alados, con elegantes plumas de colorines que lucían las Flores del Carnaval o los miembros de Os Paparrulos, por no hablar de los espectaculares pavos reales de Pexegueiro de Tui o los vestidos de playa de los años veinte casi de prêt-á-porter, maridaban a la perfección en el desfile con las cosas más retranqueiras, choqueiras y enxebres que a uno se le pueden ocurrir. Pongamos ejemplos. Os Koloutros, que llevaban batea y todo tipo de bichos marinos, incluían en su carroza una caja de Marlboro de contrabando. En medio de la comitiva iba también una abuela con una enorme sartén en la que se veían huevos fritos; la mujer le explicaba a quien quisiese oírla que los huevos anaranjados «son das pitas criadas na casa» y los amarillos clarito «os que veñen da fábrica». O qué decir de esos pulpeiros de Carballiño que llevaban un puesto impecable pero su cartel tenía las letras tan juntas que casi era imposible leerlo. ¿Qué adjetivo ponerle al desfile? Se podría afirmar que es diverso, variado, rico en contrastes. Pero mejor decir que es «xeitosiño», como la ciudad que le da calor.

Media hora antes del desfile, en la calle ya había quien abría su silla de playa y esperaba