«Espero no morirme sin ver la ría libre de las industrias contaminantes»

La Voz PONTEVEDRA |

PONTEVEDRA

La ex presidenta de APDR sigue en la brecha después de más de veintidós años de lucha incansable para conseguir el cierre y traslado del complejo Ence-Elnosa

28 nov 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Elena Larriba Ella misma lo dice: «Mi vida ha sido cualquier cosa menos aburrida». Deportista, cantora en la Polifónica, emigrante en varios países de Sudamérica, empresaria de la moda, profesora, bibliotecaria y, sobre todo, ecologista, defensora de la naturaleza y luchadora incansable por la conservación del medio ambiente y la recuperación de una ría libre de industrias contaminantes.

Leonor González Prieto, conocida cariñosamente como Nené, lleva más de veinte años haciendo latir el corazón verde de esta ciudad con la Asociación Pola Defensa da Ría y no le gustaría morir sin ver Ence-Elnosa fuera de Lourizán. «Pero, si no fuera así, no pasa nada nada, porque hay gente detrás que seguirá luchando para que las generaciones futuras puedan disfrutar de la ría como yo disfruté en mi niñez y en mi juventud».

Nené tuvo una vida singular desde su nacimiento. Su madre acababa de tenerla, cuando la nombraron directora de la escuela graduada femenina Álvarez Limeses, que ocupaba la primera planta de lo que hoy es el Parador de Turismo. Y el segundo piso del edificio, destinado a vivienda, sería su hogar hasta los 17 años.

Entrar en el Parador le despierta sensaciones muy gratas. «Era una casa muy especial, en la que yo y mis hermanas disfrutamos mucho corriendo por sus enormes pasillos. Eso sí, al ser toda de piedra, era muy fría y nos calentábamos la cocina, porque la economía de los maestros tampoco daba para muchas estufas».

A su antigua inquilina, la llamada Casa del Barón le evoca también unos sonidos entrañables. «Nuestra vida discurría entre el ruido de los carritos de los barrenderos que se guardaban en la planta baja y salían a las seis de la mañana para hacer la limpieza de la ciudad; las notas de los músicos de la Banda que ensayaban en la parte que da a calle Enfesta de San Telmo, y el bullicio de los niños del colegio durante el recreo».

«Para mí era una casa preciosa y la viví intensamente, aunque a mucha gente le resultaba un poco siniestra y le daba hasta miedo», comenta.

Leonor González recuerda a una profesora de párvulos de aquella escuela, Herminia Castillón, que le enseñó a cantar en el teatro. Y se ve que tenía dotes, porque de niña interpretaba solos en Santa María y Villamil la fichó siendo muy jovencita para la Polifónica.

Herencia de su padre

Además de un gran deportista, su padre, Joaquín González, también era maestro y no lo tuvo fácil después de la Guerra Civil. Nené compartió con él uno de sus destinos en una escuela unitaria recóndita del sur de la provincia, mientras su madre y sus hermanas permanecían en Pontevedra. «Como maestro, como asturiano y como amigo de los Rey, de los Poza y de los Adrio, estaba en cuerda floja, pero tuvo suerte porque, como era un gran campeón, no se atrevieron», explica su hija.

Campeón de España de jabalina, disco, peso y martillo, Joaquín González fue un pionero del deporte pontevedrés, fundador de la Sociedad Gimnástica, del Teucro, del club de pesca local y presidente de la Federación Gallega de Balonmano. Su figura fue tardíamente homenajeada en el año 2002 con una exposición retrospectiva.

Leonor heredó de él su vitalidad, su amor al deporte, a la ría y al Lérez, donde practicó el remo, el piragüismo y la natación. «Mis hermanas y yo solíamos ir remando con mi padre y con mi madre a Lourido, que era una playa preciosa hasta que pusieron allí esa cosa. Siempre íbamos a favor de la corriente y cuando crecía la marea, nos metíamos al río, que tenía unos salones maravillosos», cuenta.

Nené estudió el Bachillerato en el Instituto y después Magisterio. Tras 10 años de noviazgo se casó por poderes con Jesús Muruáis, que se había desplazado a Argentina por motivos familiares. Y allí se fue para comenzar un periplo de 13 años por Sudamérica. Además de Argentina, vivió en Ecuador y en Perú, donde nacieron sus hijos y experimentó nuevas sensibilidades.

De regreso a Pontevedra, en el año 69, solicitó su plaza de profesora. Dio clases de Educación Física en las Calasancias y de Formación Cívico Social en el entonces Instituto Femenino Valle Inclán, donde más tarde acabaría su carrera docente en el puesto de bibliotecaria.

De su etapa de profesora de Cívico Social, «ya he pedido perdón públicamente - dice-, a las chicas que haya podido dejar marcadas por alguna cuestión que yo misma no asumiría». Pero la realidad es que, antes de la democracia, en las clases de Nené -puedo dar fe- ya se hablaba de la conservación de la naturaleza y la contaminación, de los problemas del tercer mundo, de la igualdad de hombres y mujeres, de la tolerancia y de la pluralidad ideológica que estaba por llegar.

Fue en un intermedio de su carrera docente, cuando Leonor González se convirtió en empresaria y abrió su propia tienda de moda, Xeito, en la calle de los Soportales. «Fue un chiringuito que duró once años», recuerda. Pero su verdadera vocación siempre fue la enseñanza, una de las tres cosas que marcaron su vida, «junto con mi familia, y mi amor a la Ría y a Pontevedra», subraya.