«¡Qué asco de bancos!»

Ramón Satoló PONTEVEDRA

PONTEVEDRA

CAPOTILLO

En directo | Visita a Las Palmeras

01 ago 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

«¡Qué asco de bancos!», se escucha comentar a una chica mientras clava su mirada en uno. El paseo de los magnolios, situado junto al parque infantil de Las Palmeras, no deja indiferente. «¡Pero mira esto!», dice un catalán a su amigo pontevedrés al observar uno de los asientos bombardeados por los excrementos de los pájaros. A lo que responde su amigo: «El parque cada vez está peor. Recuerdo cuando todo el mundo venía a ver a la mona. En aquella época sí que estaba precioso». Resulta extraño que optar por sentarse en el suelo sea más higiénico que hacerlo en uno de los bancos. Hace tiempo que perdieron su color lechoso y cedieron paso a una oscuridad asquerosa. «Quieta, no corras», le pide un padre a su hija. La niña acaba de caerse en los columpios y no cesa de llorar. El hombre quiere echar un poco de agua en la herida de la cría. La va a sentar pero, tras fijarse en los bancos y emitir un gesto de repugnancia, opta por continuar de pie. Manuel Crespo tiene una explicación: «Son uns paxaros negros e moi pequenos que veñen aqui tóda-las noites. Deberían molestarse en limpiar isto de vez en cando pero, se mañán vou a ensuciarme a cara, ¿por qué limpiala hoxe?». Indignados Una resignación que no comparten el resto de los transeúntes y que, en algunos casos, da miedo: «¡Pontevedra es una cloaca indecente!», critica un anciano, y añade: «La realidad es esa y después todo el mundo presumiendo de lo bien que está la ciudad: no riegan, no limpian, los sumideros de las aceras se atascan con frecuencia. Y le puedo asegurar que no soy el único que piensa así». «¿Mi opinión sobre esto? Sólo hay que verlo. Y es una pena porque estos bancos, al estar en la sombra, son en los que más a gusto se está», comenta una mujer mientras empuja un carrito. El sol comparte asiento con todo el que intenta relajarse en el jardín. Se puede ver a una madre afanándose en proteger a su niña del señor Lorenzo. Pero los reproches no se centran sólo en los asientos. La visita a los patos resulta igual de repugnante para muchos. «Mamá, mira el agua qué sucia», advierte un crío que apenas sabe hablar. Casi no se ve el fondo. La superficie la cubre un manto de plumas, hojas y basura. El suelo, todo musgo, mientras que una especie de grasilla corrompe el agua. El estanque Los foráneos se muestran sorprendidos. Un madrileño comenta: «El agua está muy sucia, ¿no cree que deberían limpiarla?». Y desde Valladolid, las mismas palabras: «No sé a que se debe pero la verdad es que está muy mal cuidado». Las palomas comparten piscina con los patos, chapotean, una chica lo ve y bromea: «Los pobres pájaros en vez de limpiarse parece que hacen lo contrario». Nadie lo niega. El estanque, los bancos «e incluso el parque en general se hallan muy abandonados», dice una mujer rodeada por cinco niños. Los azulejos que cubren el estanque han perdido su esplendor. Los chorros escupen agua sin fuerza. Todo transmite desgana, pesadez, decadencia. Las voces de repulsa se escuchan cada vez con mayor fuerza y, si nada cambia, alguien sufrirá la búsqueda de responsabilidades.