Denunció abusos de un cura de Avión por temor a que los repitiera con otros niños

La Voz OURENSE

AVIÓN

Un momento de la vista celebrada ayer en el Penal 2
Un momento de la vista celebrada ayer en el Penal 2 MIGUEL VILLAR

El sacerdote negó ante la jueza haber tocado al menor durante la catequesis

11 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El sacerdote acusado de abusos sexuales a un menor al que preparaba para la Primera Comunión en una parroquia del Concello de Avión y su víctima —hoy mayor de edad— no se vieron directamente las caras durante la vista celebrada en el Penal 2 de la capital ourensana. Por expreso deseo del denunciante se colocó un biombo que los separaba durante la declaración del joven. Tampoco pudieron marcharse a casa con la tranquilidad de haber cerrado este trámite procesal, ya que la jueza tuvo que suspender la sesión ante la imposibilidad de tomar declaración a varios de los testigos citados que tenían previsto intervenir por videoconferencia, debido a las dificultades técnicas que surgieron en las conexiones. Será después de escuchar esos tres testimonios pendientes cuando los representantes legales de ambas partes planteen sus conclusiones y peticiones de resolución, y se sabrá si la fiscalía se mantiene en su propuesta inicial de dos años de cárcel para el acusado, además de la prohibición de acercarse a la víctima durante tres años y una indemnización de 10.000 euros.

De momento, la jueza ya tiene las versiones del cura, el denunciante, los tíos de este —con los que vivía cuando decidió contar lo ocurrido— y de una de las psicólogas que realizó un informe sobre las secuelas que arrastra la víctima, presuntamente a consecuencia del trauma que le generó ese episodio vivido cuando tenía tan solo diez años. Fue en el verano del 2006. El chico acudió al menos en seis ocasiones a la casa parroquial, donde vivía el cura, para prepararse para la Primera Comunión. Según relató en el juicio, durante esas sesiones preparatorias el sacerdote fue buscando cada vez más la aproximación física, hasta que acabó sentado en el mismo sofá de dos plazas en el que él estaba, tocándole la pierna, acariciándole el muslo y llegando a los genitales. Fueron varios los episodios, según la víctima. Entre ellos, un acercamiento que comenzó acariciándole los hombros y terminó bajando sus manos por su espalda mientras el chico miraba con unos prismáticos por la ventana durante un receso de las clases. Cuenta que tiró los binoculares y escapó.

Aunque la víctima aludió durante el juicio a su corta edad para explicar que desconocía quién decidió que esas lecciones se diesen de modo particular y en el domicilio del entonces párroco (hoy apartado del ejercicio de su ministerio) en lugar de en grupo y en la iglesia, como es habitual, el sacerdote explicó que así lo había acordado con la madre. Narró que, cuando la progenitora le solicitó que lo preparase para hacer la Primera Comunión ese mismo verano fue «porque se iban a ir a México». Pablo E. R. contó que ofreció la posibilidad de hacer una formación exprés con clases de forma particular. «Estaba fuera de tiempo; tenía diez años y la preparación son dos; y además ya no había grupo de niños porque la preparación se hace de octubre a abril», matizó el acusado. El sacerdote aclaró que «ya había hecho más veces» ese tipo de formación individual para casos en los que los niños no podían adaptarse a los horarios habituales.

El sacerdote, que negó categóricamente todas las acusaciones de tocamientos o conductas inapropiadas durante esas sesiones, reconoció, sin embargo, que había solicitado a los tíos del joven que le dejasen verlo y pedirle perdón cuando estos fueron a reclamarle explicaciones una década después. La víctima, que en el 2016 vivía con ellos, no había contado a nadie lo ocurrido hasta entonces. Se decidió a denunciar, según explicó a la jueza, tras una visita al pueblo. «Vi como algunos niños de la familia se acercaban al coche del cura para hablar con él y empecé a pensar que podía pasarles lo mismo», dijo. Relató que sintió tanta angustia que «no podía dormir». Tras sincerarse con sus tíos, ellos tuvieron un tenso encuentro con el párroco en el que también les negó los hechos. Además de pedirle ver a la víctima para excusarse, según apuntaron «llegó a ponerse de rodillas». El sacerdote no asume este gesto como un reconocimiento de culpabilidad, sino para evitar que el caso fuese a más y trascendiera. No pudo evitar que sucediese y durante el juicio opinó que no ve otra razón para la denuncia que el afán de notoriedad o de obtener dinero. Algo que la víctima negó, recordando que la denuncia solo le había provocado problemas de rechazo en el pueblo e incluso en el trabajo que tenía.