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Carlos Vello en una imagen de archivo
Carlos Vello en una imagen de archivo Santi M. Amil

El ourensano Carlos Vello como el paradigma del artista puro

01 mar 2021 . Actualizado a las 09:59 h.

«Los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia». Lorca.

Con una trayectoria plástica marcada por la autenticidad, extensa y arraigada como su compromiso con el arte, el polifacético autor Carlos Vello es el paradigma del artista puro, insurgente, apasionado, rebelde, carismático. Amante de la necesaria soledad escogida en el vértice de la angustia que surge de la búsqueda y el hallazgo de un lenguaje pintado con propiedad y expresión de su propia caligrafía.

Humanista, culto y sensible, crítico con los mercenarios de la pintura y los especuladores carniceros del mercado del arte, depredadores carroñeros de talentos y promotores de la medianía, encuentra en el misterio del arte esa nota de infinito inconsciente freudiano que radica en el acto de crear.

Corrían con pantalones de pana los años 70 y hervían los lienzos de Carlos Vello en las paredes del Volter de os artistiñas. Metamorfosis que transforman las figuraciones de alegoría realista de Courbet y Prego con su mirada personal como en Anciano. La miseria espera en el andén un tren de éxodo gris como los de Daumier. Carlos Vello desarrolla un compromiso contracultural con lo establecido y expresa su empatía por los abandonados de la sociedad, representados con gran dignidad en una evolución formal hacia la síntesis del concepto en el orden pictórico, sin idealización.

Vello es un dilema, un desafío intelectual fascinante, un artista inclasificable de honestidad y lucidez insólita que encuentra en la abstracción geométrica de gran formato su lenguaje, utilizando desplazamiento, sustitución y transmutaciones del paisaje en sus composiciones expandidas y en la efervescencia cromática que evoca la delicadeza quirúrgica del grabado japonés y el carácter nihilista de Achille Perilli.

A través de la experimentación con otros estilos de vanguardia como el expresionismo y el surrealismo con la sobrecogedora serie de Dibujos negros de trazo aristado y monocromía xilográfica, evoluciona hacia la simplificación de las formas y el paisaje a su esencia geométrica y a una exploración de la visión binocular que resulta de dos percepciones visuales simultáneas y diferentes que resitúan los cuerpos en el espacio, interés que comparte con Francis Bacon en la confinación del sujeto u objeto en la forma y geometría. Texturas graníticas y expansivas que se arrastran como arena por el lienzo convertido en territorio, remiten a construcciones abstractas de Popova o Tatlin.

Metamorfosis inerciales, lugares de realismo intensificado, de resonancia y memoria como el magnífico Homenaje a las Islas Cíes.

Carlos Vello redescubre el paisaje en la descomposición de las formas en geometrías abstractas de Cézanne en el uso racionalizado del espacio como suma de volúmenes, líneas y planos y una luz cálida de gran vitalismo cromático que en sus masas delimita en bloques espaciales las arquitecturas del paisaje. Explora en las intervenciones los efectos psicológico-afectivos de las áreas de color con la subjetividad de la percepción visual y en la representación conceptual de la idea, como señaló Josef Albers: «Solo las apariencias no engañan». Investiga con pinturas de gran formato hard-edge y el expresionismo abstracto para encontrar en la geometría de la abstracción soporte para su discurso; sin embargo, Carlos Vello reinterpreta las bases de este estilo innovándolo, haciéndolo propio. Revirtiendo el concepto abstracto y enfatizando el espacio definido con sacudida cromática pop art que refleja una profundidad infinita. Su abstracción cartesiana es científica, mental y filosófica pero el impacto psicológico y emocional que consigue y la tensión expresiva que subyace en la obra de este genial artista es temperamental.

Para Nietzsche era el arte el único fundamento posible de una exploración metafísica, clave para fundamentar una metafísica de artista en torno a dos conceptos griegos: lo apolíneo, representación del placer y la sabiduría de la apariencia y lo dionisíaco, que marca lo subjetivo y el júbilo artístico basado en el individualismo, convertido en fenómeno creativo. Vello introduce en su discurso el necesario aislamiento del artista de una búsqueda en la que encuentra una pintura como espacio, hábitat, materia, entidad en sí misma.

Turbulencias, concreciones, torbellinos, una estructura de existencialismo encriptado en la desmesura plástica del gran formato que erosiona el paisaje plástico. Un heroísmo maniático del que pone la vida en el lienzo en carne viva. Lo duro es siempre la realidad, no su escenario.