El tren de la vida

tareixa taboada OURENSE

OURENSE

MIGUEL VILLAR

Gran retrospectiva de la artista Carmucha Vázquez Prats en la Sala José Ángel Valente de la capital ourensana

27 ene 2020 . Actualizado a las 18:40 h.

«El que trabaja con sus manos es un trabajador. El que trabaja con sus manos y su cabeza es un artesano. El que trabaja con sus manos, su cabeza y su corazón es un artista». San Francisco de Asís.

La reconocida artista Carmucha Vázquez Prats recoge más de cincuenta años de consolidada profesión en la Sala Municipal José Ángel Valente a través de un recorrido plástico que se establece como un itinerario magnífico en las 39 obras que recrean los paisajes de una vida de compromiso con el arte. Escenas que son paisajes que permanecen en la retina con el arraigo de lo vivido, estaciones de un tren que nunca se detiene con la sabiduría de la experiencia y la pasión generosa del creador. Este proyecto ilusionante con forma de retrospectiva subraya el pleamar de su carrera y su merecida importancia en el espacio magnífico de la Sala Valente, contenedor necesario de exposiciones temporales de arte contemporáneo tan imprescindible para una ciudad como Ourense, cuna notable de grandes artistas reconocidos a nivel internacional, dirigida con criterio por Eva Torres y con la encomiable y meritoria dedicación del profesional José Luis Fernández Fernández.

Vázquez Prats eleva la consideración del paisaje-ventana de perspectiva renacentista, rompiendo con mirada vanguardista el esquema tradicional y es, sin embargo, de un clasicismo refinado y ecléctico que integra a través de un conocimiento de la técnica que domina con maestría en los distintos lenguajes.

Desde un costumbrismo trascendente al estilo de Millet con el misterio de los rostros anónimos, sin individualizar ya que es la faz del colectivo trabajador el protagonista de la escena de efectos expresivos que se vinculan a los personajes de Daumier con un tratamiento similar en cuanto a la dignificación del trabajo campesino.

Vázquez Prats como Millet, ensombrece los rostros mediante inteligentes y complicados juegos de luz para destacar los gestos y las actitudes consiguiendo crear una atmósfera inmersiva en la composición, simplificando el volumen de las figuras para fusionar naturaleza y silueta desde el contexto de lo real para descomponer forma y paisaje en armonías abstractas como Cézanne en Seitura o Solidariedade. Los fuertes contrastes cromáticos que establecen la relación entre volumen y espacio, los elementos de la naturaleza extendidos sobre el mismo plano convergen en un punto de fuga situado más alto que la línea de horizonte utilizando el recurso de los árboles en ambos lados de la escena para introducir al espectador en Contraste.

La figura se estiliza a través de sombras que se separan en Unha lembranza, que remite en sofisticación a la iconografía art déco de Tamara de Lempicka. El surrealismo de Cova o Fondo del mar se desdibuja en la trepidación atmosférica de cierta ensoñación onírica. La influencia del impresionismo se subraya en las excelentes obras Fogar, Gansos y Paisaxe nevada, todas ellas realizadas con espátula, técnica que hizo famosa a la reconocida artista.

Las iluminaciones, la ternura de la escena, la tensión del empaste y los destellos cromáticos de Fogar hacen de esta obra de 1968 una de las joyas de la exposición. Asimismo, cabe destacar la lona que representa la pintura mural El paisaje de una vida, original de 1978, que en 2019 fue parcialmente destruida y se ocultó detrás de una nueva pared que Carmucha intervino con la misma pintura, ampliando la gradación de la luz y de sus coloraciones en los que la artista marca los propios tránsitos de su emoción.

Las marinas, construidas con tachas menudas de gran tensión vibratoria revelan los tránsitos atmosféricos, las nebulosas y luces apaciguadas expresan la imagen de un paisaje intimista resultado de una sensibilidad y sutileza únicas. Escenas que son sensaciones, vivencias espejeantes, trasposiciones directas, sentimientos con sentido aéreo y eflorescencias destelleantes que se disuelven en la intensidad marina de entonaciones azulencas.

Es notable la maestría del dibujo en la recreación de la arquitectura de la Catedral de Santiago en su soberbia fisicidad y un conocimiento anatómico del caballo en las múltiples representaciones ecuestres que protagoniza en series dedicadas a este animal con una revisión del movimiento de Géricault, el misterio de Gary Benfield, Degas o Sisley.

Carmucha Vázquez Prats materializa en su retrospectiva el resultado del horizonte que se abrió con la pintura moderna. Una transubstanciación del sentimiento y toda una carrera comprometida con la cultura y el arte.