El debate sobre el estado de la nación se le ocurrió a Felipe González en los años ochenta y desde entonces se ha venido celebrando de manera regular para poner sobre la mesa los grandes temas que atañen a la sociedad española y, por tanto, a sus políticos. Tranquilos, si a González no se le hubiera ocurrido, ya habría llegado el presidente de la Diputación de Ourense para inventárselo y, a buen seguro, para exportarlo al resto del país. Porque realmente mola mazo ponerse ante un atril muy bonito diseñado para la ocasión (era necesario recordar a los asistentes que estaban en Ourense y que vivimos en el 2017, por si estaban despistados), sacarse un decálogo chulo de la manga que incluya una lucida oferta de empleo público y, sobre todo, que te aplaudan, que te aplaudan mucho como si fueras un cantante. Si a estas alturas de la película los representantes públicos que asistieron como espectadores tienen que ir a un debate para saber cómo nos luce el pelo, mal vamos. A lo mejor, qué se yo, iban por otra cosa.
En todo caso, aunque José Manuel Baltar crea que la pólvora (política) la está inventando él (ya saben, «smart province» y otras cositas en inglés) yo creo que casi todo está inventado. Por eso, sin complejos, después de la Ourensanía (que este año volvió a contraprogramar a tope al San Martiño) creo que hay que apostar firmemente por «Ourivisión». Ya me lo estoy imaginando: esas alfombras azules por las que caminan los invitados, esos presentadores con voz de Uribarri, esos artistas cantando en inglés aunque no sepan hablarlo, esa retransmisión por la tele... No me digan que no sería genial instaurar una especie de Luar provincial pero con más brilli brilli. Ya me estoy imaginando las votaciones -«Cartelle, ten points; Cartelle, dix points»- y las tertulias en las casas ourensanas mientras se producen -«Cómo se pasan los de Verín, que solo nos dieron one point», dirían en Xinzo-. No me digan que no es exactamente lo que necesitamos.