Podríamos denominarlo el efecto Chanquete. ¿Recuerdan? Un grupo de chavales que vivían un eterno verano azul, cada uno de su padre y de su madre, unidos en una causa común por un hombre y su barco. El «No nos moverán» no solo fue el argumento de un capítulo de una serie de televisión sino que llegó a convertirse en eslogan de protestas reales, muchas de ellas de esas que te reconcilian con el ser humano. El efecto Chanquete, al mismo tiempo, dibujaba a un personaje que, sin ínfulas, conseguía convertirse en un líder y atraer a su causa, sin pretenderlo, a un buen grupo de personas que bien se podrían haber quedado en la tumbona de la playa o en la plaza del pueblo tomando un helado.
En algún momento todos hemos sentido ese efecto. Si no, malo. Recuerdo la inocencia con la que una clase se unía para evitar que cambiaran a su profesor, que en realidad iba a estar en el pasillo de al lado. Protestábamos, nos sentíamos como si fuésemos una pancarta y, al final, no lográbamos nada... ¿o sí? Trabajar en equipo, comprometernos con una causa, dar un paso adelante y posicionarnos, demostrar decisión y hacer sentir a aquel profesor que era el mejor del mundo. No es poco. Mucho menos en estos tiempos en los que los que nos hemos dejado atropellar por la masa. Y no trabajamos en equipo, no nos comprometemos, evitamos dar un paso adelante...
El cura joven de Santa Teresita, don David, que no tiene edad para que le llamen don, es otro ejemplo del efecto Chanquete. Es la demostración de que una persona, sin pretenderlo ni alentarlo, es capaz de movilizar a su comunidad con la única fuerza de su forma de ser, de trabajar y de comportarse. No quieren los vecinos que se vaya don David. Y don David se irá. Y la parroquia seguirá funcionando. Y los feligreses volverán a estar encantados. Pero al menos se habrán molestado, se habrán movilizado, se habrán comprometido y habrán dado un paso adelante. Puede parecer una cosa menor pero es un síntoma. Un síntoma de que necesitamos Chanquetes en esta provincia.