Niñas

Ruth Nóvoa F

OURENSE

25 sep 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

ui, allá por la infancia y la adolescencia, una mediocre jugadora de voleibol. Mira que lo intentaba yo y lo intentaba mi entrenador. Nunca me conformé pero supongo que él sí lo hizo cuando se dio cuenta de que, tanto las que brillaban en la cancha y las que dábamos brillo al banquillo, nos estábamos convirtiendo en buenas chicas. Y en eso tenía que ver lo que nos enseñaban en casa, lo que aprendíamos en el colegio, lo que vivíamos entre amigas y, sí, también todo aquello de lo que tomábamos nota -sin saberlo- en las tardes de entrenamientos y en las mañanas de partido.

Aprendimos a trabajar en equipo. Y la asistencia en el campo nos la llevamos a la vida. Aprendimos a sacrificarnos. Madrugando los sábados para jugar. Aprendimos a perder, a ir con la cabeza gacha después de una paliza para acabar levantádola. Y aprendimos a ganar. Y a todo esto: ¡qué bien sabía ganar!

Por eso, cuando veo lo que está pasando (lo que sigue pasando) con Vanessa, la menor que ya no quiere jugar en el Pabellón-Cidade das Burgas, no doy crédito. Porque es que como si le pusieran precio a mis recuerdos. Porque mientras se conmemora el día contra la explotación de las mujeres, compruebo cómo se trafica con la ilusión de una niña. Y con su talento. ¿Quién le iba a decir que su talento sería un castigo? Porque parece que hay quien no se da cuenta de que Vanessa no es Cesc. O al menos no debería serlo. Todavía no. Porque es una niña.