María Corina Machado y el Nobel del mundo que queremos
OPINIÓN
Cuenta la leyenda que Alfred Nobel excluyó las matemáticas de sus famosos premios por desamor. Según esta conocida leyenda urbana, el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler se habría interpuesto en la supuesta relación entre el bueno de Alfred con una mujer. Al parecer, esta habría preferido al matemático antes que al químico. Esta fantasiosa historia es una buena metáfora de la relación de amor y odio que genera, de cuando en vez, uno de esos seis premios, el Nobel de la Paz.
Este año, el Nobel de la Paz concedido a María Corina Machado es uno de los mejores ejemplos de ello. El Comité Noruego del Nobel decidió otorgar el premio a la opositora al régimen de Nicolás Maduro «por su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha a favor de una transición justa y pacífica de la dictadura hacia a democracia». Debido a motivos sobradamente conocidos, la política ni siquiera ha podido recoger el premio en Oslo. El Nobel de la Paz es el único que se concede en Noruega y no en Suecia. No solo por ello —ni tanto por ello—, Noruega es uno de los países que más ha hecho por la paz mundial en el último siglo. Algo de paz saben.
La polarización generalizada de los tiempos convulsos que vivimos ha distorsionado, y hasta deteriorado, valores esenciales de la democracia. Incluso países plena o satisfactoriamente democráticos, como la mayor parte de los europeos, presentan corrientes ideológicas y de opinión profundamente contrarias a elementos democráticos esenciales. La ausencia de violencia estatal, la pluralidad ideológica, la alternancia en el poder o la transparencia en los procesos electorales, entre otros, son despreciados generalmente por quienes defienden el régimen chavista.
Dejen de leer las redes y vayan, por un momento, a las fuentes directas, internas e internacionales, desde oenegés venezolanas hasta Naciones Unidas, para acercarse a la situación catastrófica en Venezuela, donde hacer política, como María Corina Machado, supone arriesgar la vida y la libertad.
En el mundo hay muy pocas democracias funcionales, y parece haber cada vez menos paz. Quienes tenemos el privilegio de vivir en paz y en democracia tenemos el deber moral de defender a quienes no tienen ni paz ni democracia y luchan por ellas con su vida y su libertad. En España y en Galicia, además, tenemos una deuda de humanidad con Venezuela, tras haber acogido a centenares de miles de emigrantes y exiliados durante décadas.
Hace un mes proyectamos en el Festival de Cine Europeo de Sevilla la película Z, de Costa-Gavras, también galardonado por la defensa de la democracia y la libertad en su cine. Esta obra maestra del director griego es un grito de lucha por la democracia. Quizá es esa también la intención detrás del Nobel a María Corina Machado, amplificar el grito por la democracia y la libertad del pueblo venezolano.
El premio Nobel de la Paz no solo es único porque se concede en Oslo y no en Estocolmo, sino porque se concede a causas justas más que a personas. Por todo ello, el reconocimiento a María Corina Machado representa el Nobel del mundo que queremos, en paz y en democracia. Ambas, en peligro.