Así se podría titular la causa que el húngaro Krasznahorkai protagonizó el domingo en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura. Con una agenda reducida por su delicado estado de salud, el hombre que escribe libros sin puntos y aparte explicó que quería hablar de la esperanza, pero que no fue capaz. Debido a que «sus reservas de esperanza se habían agotado totalmente», optó por referirse a los «nuevos ángeles». «No tienen alas ni capas que los envuelvan dulcemente. Caminan entre nosotros vestidos con ropa de calle y no sabemos cuántos hay. Aparecen de forma inquietante aquí y allá en todo tipo de situaciones de nuestra vida», continuó. Sin que nos demos cuenta, se apoderan del tiempo y el espacio en el que vivimos. Dijo que eso es lo que hace Elon Musk. Nos domina haciéndonos creer que mejora nuestra existencia. «Ellos, con sus planes demenciales se apoderan de nuestro espacio y de nuestro tiempo». El Nobel siempre optó por vivir en los márgenes de la sociedad para contar la vida de los desheredados. Es el compromiso firme de quien fue definido por Susan Sontag como maestro del apocalipsis. Pero ahora el apocalipsis no son solo las guerras, la pobreza, la imposibilidad de acceder a una vivienda; el apocalipsis edulcorado viene de la mano de las redes sociales, de las pantallas, de los móviles que nos igualan quitándonos lo único que nos diferencia: el carácter. El escritor pronunció este párrafo razonado y bello en su crueldad: «Inventaste la rueda, inventaste el fuego, te diste cuenta de que la cooperación era tu único medio de supervivencia… Inventaste los sentimientos, la empatía. Hasta que de forma repentina empezaste a no creer en nada, y, gracias a los dispositivos que tú mismo inventaste, destruyendo la imaginación, ahora solo te queda la memoria a corto plazo. Este barro te tragará, te arrastrará al pantano». Krasznahorkai recitaba casi al tiempo que Donald Trump clamaba que la civilización europea está en decadencia, que vuelve el salvaje oeste, la ley del más fuerte. Australia prohíbe las redes sociales que enredan a los más jóvenes. ¿Nos llega la solución de las antípodas? Algo tenemos que hacer para protegernos de la estupidez de subir todos la misma foto de la nada. Pero la prohibición siempre atrae, multiplica. El Nobel habló de Elon Musk tal vez sin darse cuenta de que ya había escrito de él en su libro Tango satánico, cuando uno de los personajes condenados y desposeídos dice: «Lo que he dejado atrás sigue delante de mí. No encuentra uno el sosiego». Así vivimos en el funambulismo digital, lejos de la caricia. Si hoy nos examinan de ternura, ni uno logramos aprobar. Suspenderíamos primero de abrazos y segundo, de besos. No dejemos caer en el pozo sellado de los corazones sin luz las palabras de este escritor húngaro que denuncia que nos roban hasta la ubicación y encima logran que, felices, paguemos nosotros por darles gratis todos nuestros datos. Volvamos al ADN animal, el único que nos hace humanos, el que nos llevó a descubrir la rueda y el fuego y las cometas de la empatía y la cooperación para hacernos fuertes con ellas. Cada vez usamos más horas los dispositivos y nos usamos menos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Gracias, Lászlo (Gyula, Hungría, 1954), eres un hombre de palabra.