Latrocinio oral

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer I Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

José Luis Ábalos y Koldo García, en una imagen de archivo
José Luis Ábalos y Koldo García, en una imagen de archivo

30 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Bienvenidos al fascinante, y tristemente hilarante, mundo de la corrupción política. Un universo donde los robos de guante blanco y los desfalcos monumentales no son meros «casos» judiciales, sino auténticos superventas con títulos apetitosos. Porque, seamos sinceros, ¿quién se va a acordar de un aburrido expediente 34/2024 por malversación y cohecho? Nadie. En cambio, si lo bautizamos como caso Muelas o, con un toque de haute cuisine judicial, expediente Chistorras, la cosa cambia.

La creatividad léxica que acompaña al pillaje de fondos públicos es la única genialidad que emerge de estos pantanos éticos. Es como si, después de diseñar un complejo esquema para mangar millones, los implicados se relajaran en un brainstorming para encontrar el nombre que mejor disimule el hedor a delito.

A menudo, los nombres recurren a la gastronomía. ¿Chistorras? Suena a tapa, a algo pequeño y fácil de digerir, pero no olvidemos que hasta la tapa más humilde puede esconder un latrocinio importante. ¿Por qué este afán por los nombres de alimentos? El psicoanálisis interpretaría los nombres relacionados con la alimentación en las tramas de corrupción política, como un mecanismo que remite a la fase oral y a la satisfacción pulsional primitiva. Según la teoría freudiana, la fase oral es la primera etapa del desarrollo psicosexual, donde la boca y el acto de comer (o succionar) son la principal fuente de placer y de vínculo con el mundo exterior.

La corrupción es un acto de apropiación desmedida e ilegítima de bienes o recursos. Al usar nombres de alimentos, se estaría simbolizando una voracidad que busca la satisfacción y que se manifiesta aquí como una avidez sin límites por el dinero y el poder.

Nombrar un grave delito como Lechugas o Chistorras es una forma de desconectar la acción criminal de su gravedad ética y legal. Transforma un robo solemne y complejo en un juego, una travesura o una tapa dominguera. Esto opera como una negación inconsciente de la seriedad del acto por parte de los implicados. El objeto malo se vuelve bueno.

La comida es universalmente un símbolo de nutrición, placer, celebración y unión social. Al asociar el delito con ella, se busca inconscientemente buenizar o hacer digerible el acto corrupto. Más profundamente, el erario público o el Estado pueden funcionar inconscientemente como una figura de «madre nutricia». Robar los fondos públicos y darle un nombre de alimento podría interpretarse como un acto de ingratitud. Es decir, se devora y se abusa del recurso que debería sustentar a toda la comunidad.

La política de nuestro país es como un festín lleno de ingredientes metafóricos y siempre lista para compartir un buen banquete. Solo entre unos pocos.