
Confieso que de todos los Vargas Llosa posibles, e imposibles, me quedo con los primeros. Su obra, incluso la más diletante, marca un hito insuperable de la narrativa hispánica contemporánea. A su lado están Gabriel García Márquez y los gallegos Cela y Gonzalo Torrente Ballester. Valle Inclán era un genio que falleció el mismo año en que nacía en Arequipa el maestro Vargas.
Todo empezó con La ciudad y los perros (1963), aunque su ambición literaria ya se vislumbraba en un libro anterior, Los jefes (1959), que contiene elementos esenciales de lo que serían los textos futuros del escritor peruano. Hablo de la violencia como hecho natural en el laberinto del género humano, de la incomprensión ante la arbitrariedad, también de la rebelión de los humildes ante el marasmo del poder. Hablo de la libertad del ser humano, porque ese y no otro es el eje sobre el que gira toda la obra de Mario Vargas.
La libertad como principio irrenunciable que sitúa al individuo frente al conflicto. La indocilidad. El indómito caballero frente a sus personajes, nunca titubeantes, siempre vástagos de la ataraxia (como en Conversación en La Catedral) o adalides de la acción (como en La fiesta del Chivo). En Los jefes, como señalaba, se presagian los atributos que estallan en su primera novela. Perfecciona su estilo, juega con el tiempo, desarrolla el monólogo interior, perfila con astucia sus actuantes alejándose de la simpleza. Era un autor mayor. Sabio. Literato que sabía de literatura, y no como tantos que se dedican a repetir consignas toscas sobre la escritura. Incluso más: hoy se ha puesto de moda saber muy poco de literatura y perpetrar textos destinados al comercio masivo, carentes del más mínimo atisbo de talento.
De su sabiduría nos dio cuenta en La orgía perpetua. Flaubert y ‘Madame Bovary'. Un libro que no dejo de releer nunca y del que aprendo un poco más en cada visita. Es la obra de un lector excelso que, como tal, nos descubre las provechosas perspectivas de una obra esencial y de su autor. Después de leer el ensayo de Vargas Llosa conviene volver a Bovary y a Gustave. Redescubrirlos. Orgía perpetua. Fiesta de los sentidos: el amor, la injusticia, la ira, la estulticia, la ambición, la sensualidad, el sexo, la muerte... y la vida. De eso escribió el genio peruano a lo largo de su existencia: ¿de qué otra cosa se puede escribir? Su obra ya la contempla el tiempo. Permanecerá. Eterna.