Quienes creímos firmemente en la izquierda transformadora y elegimos el canon de la socialdemocracia como soporte de una manera de vivir y entender la política, cuando estábamos convencidos de que habíamos superado el franquismo y sintiéndonos europeos, seguimos los modelos de Brandt y de Palme, volvimos a creer en la política y en los políticos.
Pero pronto llegaron las decepciones, la corrupción fue transversal, comenzó con el caso Flick y creció en el socialismo felipista con Filesa y Malesa, Kio y Urbanor y el caso Juan Guerra. La derecha conservadora nos dejó con Aznar Gescartera o el asunto Villalonga, Telefónica y una lista que desembocó con Zapatero y el escándalo de los ERE de Andalucía, el asunto ITV y Nóos. Cuando gobernó Rajoy fueron los casos Bárcenas, la Púnica y la Gürtel los mas escandalosos. No nos olvidamos del saqueo de las arcas públicas que provocó Jordi Pujol, y la corrupción sistémica por un largo período que tuvo Valencia como eje central.
En estos cuarenta años de consolidación democrática hay contabilizados mas de mil sucesos judicializados con la corrupción política como desviación económica. Y ahora se suma el caso Koldo, que puede implicar al presidente del Gobierno que llegó al poder denunciando la corrupción del PP. Sánchez es un presidente narcisista, que puso al Estado a su servicio, que utiliza la mentira como argumento caudillista, que diluye la lectura ética de la política, y que, desde la manipulación de los viejos principios del maquiavelismo, abdicó de la reivindicación de la utopía que está en el origen de la izquierda. Aldama ha sido el último aldabonazo.
Cunde el desanimo entre quienes comprobamos que ahora los dictadores se eligen democráticamente, mientras asistimos al crecimiento de la extrema derecha y vemos cómo en las encuestas se desmoronan los viejos partidos y crece Vox.
Es nuestro desanimo y en el paisaje monclovita crece el culto a la personalidad y los ministros repiten el mismo mantra de la consigna diaria de la propaganda gubernamental.
La derecha conservadora está desnortada y ejerce replicas reiteradas que repiten impotencias sistemáticas. Los ciudadanos están desanimados, desencantados, decepcionados, y son conscientes de que los políticos son una clase, una casta, alejada de los problemas reales. Un viento airado recorre Europa, a punto de convertirse en un parque temático y en un geriátrico donde campa el desánimo.