Alzar la voz

MARÍA EMMA ORTEGA HERRERO AL HILO

OPINIÓN

María Pedreda

05 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Decía Pedro Lemebel en su manifiesto Hablo por mi diferencia (leído por primera vez en Santiago de Chile en septiembre de 1986):

«Yo estoy viejo.

Y su utopía es para las generaciones futuras.

Hay tantos niños que van a nacer,

con una alita rota.

Y yo quiero que vuelen compañero

que su revolución

les dé un pedazo de cielo rojo

para que puedan volar».

Recientemente ha saltado la noticia sobre la última ley promulgada por el régimen talibán en Afganistán. Aquella que prohíbe que la voz de las mujeres sea oída en público. Y que su rostro sea visto en público. Supone de facto la anulación de otro ser humano, no de cualquiera, sino de la mujer, relegándola al ámbito doméstico para que únicamente pueda ser ahí en plenitud. Perpetuando roles de género. Y la justificación es «evitar el vicio y preservar la virtud». Demonizando así a la mujer.

En pleno siglo XXI aún hay mujeres que comparten su destino con aquellas que nos precedieron siglos atrás. Aquellas que también fueron silenciadas y destruidas quemándolas en hogueras. Mujeres que fueron silenciadas por decir más de lo que se consideraba que debían decir y hacer más de lo que debían hacer. Porque una mujer que dice lo que piensa y que hace lo que quiere, es una mujer fuerte. Y ahí radica su poder.

Ahora no se trata de la destrucción física como antaño sino de la destrucción del espíritu. Es un paso más, avanzando así respecto de los que ya habían sido dados. Se las impidió estudiar, evitando así que puedan desarrollar todo su potencial. Y que pudieran llegar a ser lo que ellas quisieran. Únicamente pueden ser lo que el hombre quiere que sean. Solo puedo entender esa invisibilización de la mujer desde el miedo. Pretendemos silenciar y destruir lo que tememos. ¿Qué es lo que temen? ¿De dónde viene ese miedo?

Sentimos rabia, impotencia y dolor por el destino de todas esas mujeres, un destino que no es el nuestro porque hemos tenido la suerte de nacer en otra cultura. Sobre nosotros planea esa maravillosa utopía de Donna Haraway «un mundo sin géneros, que tal vez sea un mundo sin génesis, pero también, quizás, un mundo sin fin» (Manifiesto Cíbrog, ediciones Kaótica libros, 2020).

Surge con fuerza la sororidad femenina. Alzar nuestra voz y gritar hasta desgañitarnos, hasta quedarnos afónicas, hasta que no queden fuerzas. Por todas aquellas mujeres que no podrán gritar porque su grito ha sido silenciado antes de nacer.

Como Pedro Lemebel, pensamos en todas aquellas niñas que van a nacer con las alitas rotas. Queremos un cielo para ellas. Ojalá llegue el día en que sea una realidad. Y podamos verlas volar. Alto, muy alto. Sí, ese es el cambio cultural que queremos.