Esto sucedió en la mañana del pasado viernes 19 de julio. Pero ¿se imaginan que nos llegue a pasar en serio y a lo bestia cualquier día? Aeropuertos, hospitales, centros de salud, trenes, cajeros, pagos con tarjetas, todo se cae. Un fallo informático nos deja sin ordenadores, sin móviles, sin TPV, sin conexión a la red. El caos. Lo que algún experto informático llamó aquella mañana «el día del juicio final», pero en serio. No una caída puntual, como fue aquel día. Un destrozo sin vuelta atrás en el mundo virtual. ¿Se dan cuenta de lo enganchados que estamos a la nube? No miramos para las nubes. No distinguimos cirros de cúmulos ni de estratos, pero estamos colgados de la nube informática sin remedio.
Las colas aquella mañana se fueron multiplicando. Los vuelos no embarcaban. Los intentaban poner en marcha con el embarque de toda la vida, a mano. Comprobando los datos en papel, el que lo llevaba en papel. Menos mal que aquel día los parones fueron puntuales. Algunas tarjetas sí iban. Los móviles funcionaban. Algunos usuarios conseguían conectarse desde sus ordenadores en las empresas o desde el teletrabajo. Pero hay mil películas, libros, relatos y especulaciones sobre lo cerca que estamos del día en que no sea un amago. En que el problema no sea tan simple como una actualización de un antivirus de una empresa. Llegará la jornada del fin del mundo informático. Lo dudo. Pero mola especular con que volveremos a ser humanos de los de antes. Que durante un día o varios días seremos tipos que vuelven a pasmar con la naturaleza y no con las pantallas. Que hasta pensemos en nosotros mismos y no en nuestro yo digital. Ese yo digital que suele ser perverso y mega inventado. Desde luego, retocado. Nadie es tan feo como su foto del DNI ni tan guapo como su imagen en las redes. Seguro que conocen la frase. Se acabó exhibirnos a todas horas. Se acabó pagar como si no hubiese gastado un euro con un golpe de muñeca del móvil. Esa jornada es pura ficción. De momento. La frenan un ejército de informáticos y profesionales. Ellos son los que han levantado todo este universo y son los que lo mantienen con vida. Saben lo que hacen y serían capaces de resetearnos y resucitarnos.
La resurrección moderna es cuando el técnico nos dice esa frase mítica ya de apaga y enciende el móvil. Apaga y enciende el ordenador. Es una manera de decirnos: apágate y enciéndete. Somos pantallas desde hace tiempo. Tecleamos nuestras vidas, no las vivimos. Así tememos ese día en que todo se vaya al carallo, pero sin vuelta atrás. Aquella mañana nos temimos lo peor, pero, poco a poco, todo volvió a la normalidad. Las gasolineras, los buses, los aviones. Pasó lo de siempre: colas tremendas y cabreos monumentales. De la misma manera que están aprendiendo a influir en elecciones democráticas, algún día los malos lograrán que el mundo virtual explote por mucho más que unas horas. Que salte por los aires al completo. Solo pensarlo da vértigo. Así existen retiros muy sanos en los que se paga por apagar, por estar dos o tres días sin móvil, con un huerto a los pies. Dependemos de unas nubes de las que no controlamos tanto como creemos su lluvia.