«La pertenencia de las personas a una nación es una ilusión. Todos somos extranjeros». Este refrán malgache lo escuché en un documental que no olvidaré, Cuentos de Madagascar, en la Cinemateca de Bogotá que frecuenté hace unos años. Recuerdo muchas veces este refrán, lamentablemente, ante situaciones como las que rodean a los refugiados de Mali que llegan estos días a Galicia procedentes de Canarias.
Las grandes normas internacionales sobre derechos humanos y derecho humanitario fueron alcanzadas por la comunidad internacional tras los horrores del mayor conflicto de la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Una de esas normas principales es la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, en la que se encuentra la clave para entender qué diferencia a un refugiado de cualquier otro tipo de persona migrante o extranjera.
Ningún Estado permite —ni puede permitir— la entrada indiscriminada e incontrolada de personas en su territorio. Todos los Estados tienen derecho a controlar quién entra, pero siempre sobre la base del respeto irrestricto de los derechos humanos. Por tanto, no existe un derecho humano a entrar en cualquier país, como sugieren algunos, ni existe tampoco un derecho del Estado a que no entre nadie, como sugieren otros.
El Estatuto de los Refugiados nos obliga a dar protección «a toda persona» que tenga «fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas» en su país (artículo 1 del Estatuto de los Refugiados). Por tanto, los refugiados son una categoría especial de extranjeros o de migrantes que huyen de la violencia en su país para salvar su vida. Los refugiados malienses no buscan una vida mejor, buscan una vida. Huyen, por miedo, de uno de los países más violentos. Mali es el tercer país del mundo más afectado por el terrorismo yihadista, según el Global Terrorism Index 2023. Y esto deben recordarlo ellos, como refugiados acogidos, pero también debemos recordarlo nosotros, como sociedad de acogida.
La relación de Mali con España es más estrecha de lo que parece. Por un lado, Mali se encuentra en el Sahel, lugar estratégico para la seguridad española, europea e internacional, por sus graves problemas de yihadismo. Por otro lado, tras el estallido de violencia yihadista en 2012 se redobló la atención internacional sobre Mali, aumentando la ayuda humanitaria, abriendo casos en la Corte Penal Internacional y creando misiones de Naciones Unidas y de la Unión Europea. La misión europea estuvo liderada por España con más de 8.000 soldados durante once años, llegando a suponer el 80 % del total.
Los errores de la comunidad internacional y la corrupción de las autoridades nacionales dieron lugar a un incremento del yihadismo, de golpes militares y de presencia rusa y china, derivando en la retirada de nuestras tropas —y otras, como las francesas— y en la huida de miles de malienses. Algunos de ellos llegan a Galicia, y no tengo la menor duda de que la comunidad gallega, de alma migrante, cumplirá con ellos mejor que la comunidad internacional.