El síndrome de Peter Pan

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Rober Solsona | EUROPAPRESS

25 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace ciento veinte años que James Matthew Barrie, estrenó la obra teatral Peter Pan y Wendy, pero la tesis que sustenta su inspiración está después de casi siglo y medio más viva que nunca.

El miedo a crecer, a asumir responsabilidades, a ser adulto, a dejar atrás la adolescencia y mantenerse con un acervado egoísmo es una de las características de nuestra sociedad que mantiene el infantilismo como norma.

El auténtico Peter Pan, que habita en las páginas de los libros, en los fotogramas de las películas, en la imaginación infantil, se hizo mayor, dejó de ser aquel preadolescente que volaba sobre los tejados de un Londres decimonónico, gracias al polvo de estrellas, al embrujo de las hadas que le proporcionaba su protectora Campanilla, para que pudiera alcanzar el mágico país del Nunca Jamás, donde viven los niños perdidos de los que cuida su adorada Wendy. Hoy, el antaño joven Peter, vive en una residencia para mayores y su artrosis le impide levantar el vuelo y no tiene que evitar al malvado capitán Garfio, que falleció y con él, el obsesivo cocodrilo, antes de que el siglo mudara de dígito.

Pero extrañamente el País del Nunca Jamás es actualmente, el conjunto de todos los países de occidente, el primer mundo del bienestar, en el que los padres ejercen una sobreprotección aguda a sus hijos que les infunde un síndrome permanente, un peterpanismo que crece con ellos. Son la auténtica reencarnación de los niños perdidos de Barrie, que han vuelto, han regresado a la cultura de un infantilismo perpetuo, al territorio simple del buenismo, de la simpleza banal, de la carencia de análisis críticos para interpretar la vida, de las síntesis mas elementales para descifrar que el pan es pan y el vino, vino.

La vida cotidiana se rige por ciertos papanatismos proteccionistas, por consignas y eslóganes propagandísticos. E incluso las guerras se juegan en una suerte de tableros de ajedrez sin reglas pactadas.

Nuestros políticos construyen argumentos, relatos que perdieron todo su significado original. Deambulan sonámbulos por atajos para llegar a la tierra de Nunca Jamás, a una Europa tejida en el bastidor del dinero. Nada hace que añoremos a Churchil , o Adenauer, a De Gasperi o a Olof Palme, instalados como estamos en las tesis del y tú más.

Por eso, el viejo Peter Pan, no vuela, no puede alzar su vuelo y hacer que sobre nosotros vuelva a llover el polvo de estrellas que reparten las hadas en un inmenso país de indios, sirenas y piratas donde reinó un día el joven que se negaba a crecer.